Lo que las políticas de memoria les hacen a las personas - ¿Para qué sirven las políticas de la memoria? - Libros y Revistas - VLEX 916448867

Lo que las políticas de memoria les hacen a las personas

AutorSandrine Lefranc/Sarah Gensburger
Páginas57-98
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II
Lo que las políticas de memoria
les hacen a las personas
La idea según la cual l os cultos estimulan
las emociones no es mu y convincente.
¿Nunca se quedaron dorm idos en misa?
(Douglas, 1999, p. 56)
Querer entender esta aparente inecacia de las políticas de
memoria obliga a mirar, en un primer momento, muy con-
cretamente la manera en que operan. En la medida en que no
hacen lo que se espera, es necesario foca lizar la atención sobre
lo que sí hacen, cómo funcionan efectivamente, más allá de
las críticas sobre su fundamento moral o su politización. Lo
que ocurre cuando estudiantes asis ten a una conmemoración,
cuando individuos visitan un memorial, cuando víctimas
brindan sus testimonios ante comisiones de verdad o cuando
criminales son juzgados en un juicio por memoria, no son cosas
que hayan desperta do mayormente la curiosidad de respons a-
bles políticos, de militantes asociativos o de investigadores. Sin
embargo, existen tr abajos sociológicos que permiten entender
el impacto de las políticas de memoria adoptadas en las socie-
dades contemporáneas. Sea cual sea el lugar donde se ponga
¿Para qué sir ven las polític as de la memoria?
58
la mirada, la escuela, el museo, las comisiones de verdad o el
tribunal, se pueden hacer dos observaciones.
En primer lugar, las políticas de memoria se dirigen a un
público abstracto. Más que dirigirse especíca y claramente a
los grupos percibidos como beligerantes o a los indiferentes, a
menudo se focalizan en un ciudadano universal, moralmente
ambivalente (bueno y malo a la vez) y al que se postula como
capaz de ser inuenciado por estas políticas. Esta concepción
es desmentida por el saber acumulado por los sociólogos: los
públicos efectivamente involucrados distan mucho de este
perl imaginado y, en gran par te, imaginario. Sin duda, todos
estamos expuestos a evocaciones fugaces de pasados de gran
violencia y sería provechoso poder sacar lecciones:de novelas
y medios ya evocados; de las conmemoraciones destinadas
a un amplio público (y por eso mismo llamadas “naciona-
les”). Pero los pocos estudios de ciencias sociales que existen
lo demuestran: concretamente, en Francia, los dispositivos
memoriales le llegan (en un sentido débil, ya que no se puede
armar todavía que “conmuevan”) sobre todo a dos grupos: los
alumnos, público “cautivo”, y los jubilados y los profesionales,
que constituyen un público “el”, ampliamente “experto”
(Davallon, 2000; Eidelmann y Raguet-Candito, 2002). Pero
las formas presentadas como las más atractivas no consiguen
atraer a un público numeroso. Si bien es cierto que el Me-
morial de Caen es el primero, y el único memorial entre los
cincuenta museos franceses más visitados, cuenta con menos
de 400 000 visitantes por año, es decir, apenas 5 % de las en-
tradas anuales registradas en el Museo del Louvre. En otras
partes, en contextos de posguerra, donde la memoria está al
servicio de la pacicación, el público al que se apunta es a la
“gente común”, según las clasicaciones de las orga nizaciones
no gubernamentales (Lefr anc, 2006a, 2008). Sin embargo, en
Lo que las po líticas de memor ia les hacen a la s personas
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ese caso también los beneciarios distan de ser ciudadanos
cualquiera. Provienen de grupos especícos y a menudo son
parte de los mismos círculos profesionales que implementan
esos dispositivos. La universal idad de las lecciones del pasado,
considerada con las herra mientas del sociólogo, es mucho más
local de lo que se podría pensar a primera vista.
La segunda observación transversal que cabe hacer es
que, más que producir lecciones del pasado para el futuro, las
políticas de memoria generan interacciones sociales en el pre-
sente. La memoria es apropiada a través de estas interacciones
sociales, que van desde el rechazo a la adhesión, pasando por
el reconocimiento o la interpretación. Si de lo que se trata
efectivamente es de estar “frente al pasado” (Rousso, 2016),
lo primero con que experimentan, tanto los promotores como
los destinatarios de estas políticas de memoria, son las cosas
(manuales escolares, exposiciones o memoriales) e intercambios
(entre docentes y alumnos, entre testigos, víctimas y jueces, etc.)
que cobran sentido en el instante, en el contexto (Lahire, 1996;
Brayard, 2011) y en el espacio social donde se despliegan. Así,
las políticas de memoria no resuelven conictos ocurrido en
el pasado ni presagian lo que serán los comportam ientosen el
futuro. Por naturaleza, el mensaje memorial se desvía , porque
siempre está inmerso en relaciones sociales que le dan sentido
hoy, como cualquier otro proceso social.
Memorias de escuela: “ruidos”
sociales inundan el aula
El papel que se le otorgaba a la escuela, en el siglo  y duran-
te la primera mitad del siglo , en términos de transmisión
y de construcción de las identidades nacionales, es hoy bien
conocido. Ya en esa época, el contexto importaba. Trabajos
como los de Jean-François Chanet sobre las “pequeñas patrias”

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