El siglo xix: las razas - Los herederos del pasado. Indígenas y pensamiento criollo en Colombia y Venezuela. Volumen I - Libros y Revistas - VLEX 874373680

El siglo xix: las razas

AutorCarl Henrik Langebaek Rueda
Páginas161-272
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EL SIGLO
XIX: LAS RAZAS
Los restos del naufragio
En la antesala de la Independencia, Lino de Pombo dedicó un disc urso en el Colegio
Mayor del Rosario a comparar el sistema colonial con la ir racionalidad caduca de la España
premoderna. Las nuevas repúblicas, en contraste, se fundarían sobre la ciencia. En el
pasado todo era arbitrario: todas las posiciones y todas las distancias eran obra de los
sentidos. Ahora, en contra de la absurda “va ra de Burgos”, la naciente Cundinamarca
adoptaría el sistema métrico (Pombo, : ). Años después, en , la Gaceta de Colom-
bia anunciaba la apertura de un Museo de Historia Natural, proyecto del general San-
tander, el cual incluía en su ecléctica colección fragmentos de hierro meteórico, huesos
de animales sacados del Campo de los Gig antes de Soacha, una momia muisca que tenía
más de cuatrocientos años, anima les disecados e “instrumentos bien hechos” (Rodr íguez,
: ). ¿Podría el Museo de la nueva nación basada en la ciencia moderna, en lo que
respecta al indio y a su pasado, tener más contenido racional?
La propuesta de coleccionar objetos de interés histórico se
basó, en parte, en la idea de exh ibir expolios de la guerra que habían
tenido una importancia simbólica dur ante la Independencia. Antonio
José de Sucre envió a Bolívar el estandarte con que Pizarro había
entrado en la capital de los incas, como despojo que debía servir
de memoria de la tiranía y opresión que había sufrido el Perú. Sin
duda, había muchas cosas para recordar y sentirse orgulloso: pero
¿era el pasado indígena una prioridad? El propio Sucre había sido
encargado por Manuel José Restrepo para recoger cuanta cosa le
pareciera interesante en el Perú para el museo, pero, por una pa rte,
su tarea fue dif ícil porque los ingleses ya habían comprado todo, y,
por otra parte, su principal interés fueron las rocas y los minerales
(A. R., carta  de mayo de ). Pese a la ilusoria continuidad
entre el pasado indígena y el presente que había trazado el popu-
lismo patriota, se trataba de exh ibir una colección con énfasis en las
curiosidades naturales, no en la idea de fundar una nación sobre la base de un pasado
indígena perdido; no en vano la Gaceta daba instrucciones precisas a todos aquel los que
estuvieran interesados en envia r “cosas curiosas”, pero especialmente del mundo animal.
Además, las cátedras que se propusieron para acompañar las exposiciones del museo
fueron de ciencias básicas (en Segura, : ). Sus instalaciones contaban en  con
dos salas, una de ciencias naturales y otra de arte, historia y ciencias: lo único que se
destacaba sobre el pasado indígena era la dichosa momia (Segura, : ). La parte
histórica difícil mente pasaba de ser algo comparable con los gabinetes de curiosidades
europeos. En  contenía los estandartes de Pi zarro, un retrato de Colón, un “manto
vestido por la última reina del Perú”, llaves de oro y plata, una pintura amenca y un
modelo de un buque de vapor (Steuart, : -).
Manto que
perteneció a
la mujer de
Atahualpa, donada
al Museo Nacional
de Bogotá.
LOS HEREDEROS DEL PASADO. Indígenas y pensamiento criollo en Colombia y Venezuela
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El contenido del museo implicaba, entonces, reconocer que el orgullo de la nueva
nación era inseparable de sus portentosas riquezas naturales. En el fondo, la cosa tenía
sentido porque la defensa criolla del indio, incluso su procliv idad a aceptarlo como pasado,
se había basado en la idea de defender la posibilidad de civil ización, dadas las condiciones
naturales del país . Por supuesto, la inclusión de la momia demostraba que el mundo natu-
ral y la historia no se podía n separar y, de paso, que la época anterior a la llegada de los
españoles era un importante referente para la memoria histórica que se quería construir.
Los cuatrocientos años a los que se refería la Gaceta eran un desafío ex plícito a la historia
de trescientos años de ignominias a los que se habían referido los criollos. Además, sin
duda, era importante que mientras que en la Colonia las momias era n objeto de colección
del virrey, el nuevo orden incorporaba las colecciones como patrimonio público.
Pero la importancia de este museo en términos del pasado indígena no se puede
exagerar. Los hechos iban en di rección contraria a esa imagen de pasado colectivo: una
vez superado el fervor nacionalista que había incluido el pasado nativo como una de las
banderas más importantes contra el espa ñol, la idea de una continuidad histórica nacional
comenzaba a erosionarse. Uno de los primeros esfuerzos por educar a los jóvenes de la
nueva patria, el Catecismo político arreglado a la Constitución de la República de Colombia,
escrito en  por José María Coronado, debió esforzarse pa ra superar la ambigüedad con
respecto a España y expl icar lo que quería decir ser colombiano. La pregunta centra l del
texto se refería a si los colombianos tenían o no patria, a lo cual se respondió que desde
hacía trescientos años disponían de país, territorio y provincia, pero “sin haber tenido
patria”. De alguna manera, Esp aña debía haberlo sido, pero el sentido de patria implicaba
obligaciones que la nación europea no había cumplido (Coronado, ). El Catecismo polí-
tico no incluyó un referente indígena como compensación a esa ausencia. Otro t rabajo que
demostraba la sensación de orfandad fue la obra de Francisco Zea, Colombia, publicada
tres años antes que el Catecismo. El texto hacía una descripción juiciosa del medio ame-
ricano y de algunas sociedades indígenas, incluyendo consideraciones sobre su alimen-
tación, costumbres sociales, religión y guerra. Pero el pasado era menos de mostrar. De
hecho, Zea admitía que aunque en Perú, Guatemala y México, “las ruinas de edicios,
las pinturas histórica s, y los monumentos de escultura, atesti guan la gran civiliz ación de
los naturales”, incluso al lí, apenas había “algunas pocas fa milias que tengan ideas exactas
de la historia de los Incas, y de los príncipes Mex icanos” (Zea, : -). Y con más
razón aún, en la Nueva Granada,
[…] los colonos de la raza europea desprecian todo quanto tiene relación al pueblo
conquistado. Situados ent re los recuerdos del pays materno, y entre los del pays donde
nacieron, consideran los dos con ig ual indiferencia; y u n clima donde la igualdad de l as
estaciones hace que la suce sión de los años sea casi imperceptible, se ab andonan al gozo
del momento presente, y apenas hecha n su vista hacia los tiempos p asados. (Zea, : )
El entorno tropical explicaba la ausencia de interés por la historia, pero, además,
también se erigía en obstáculo pa ra la civilización y eso que en la Ley Funda mental de la
República de Colombia, que el propio Zea había rmado como presidente del Congreso,
se hablaba de la “grandeza a que este opulento país está destinado por la Naturaleza”
(Duane, : ):
El sentimiento de esta necesidad [de alimento] es lo único que le exita a l trabaxo; y es
facil concebir como en medio del [sic] abundancia, y baxo la sombra del plata no y del
casava, las fac ultades intelectuales se despleg an menos rapidamente que baxo un cielo
riguroso, en la región del trigo, donde nuest ra raza está en continua lucha con los ele-
mentos […] baxo los tropicos, al contr ario, en las partes ca lientes y humedas del Sud de
América, provi ncias muy pobladas parecen ca si desiertas; porque el hombre, para h allar
alimento, no cult iva más que un pequeño numero de aranzad as [] Entre los tropicos
las naciones agricultoras ocupan menos terreno; el hombre ha extendido a llí menos
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su imperio; se puede deci r que parece á un huespe z [sic], que goza tranquilamente los
dones de la natura leza, y no como un amo absoluto que c ambia según su g usto la faz
del terreno. (Zea, :  )
Francisco Zea reprodujo mucho de lo que se había dicho y escrito antes de la guer ra
de Independencia; por ejemplo, su actitud frente a las castas hubiera podido ser la de un
crítico funcionar io español: el zambo, “bien formado, musculoso, y capaz de sufr ir fatiga”,
tenía gusto e inclinaciones que lo di rigían al vicio. Las razas mi xtas en general eran vani-
dosas. Así mismo repitió la idea de que las sociedades prehispánicas más populosas se
encontraban en las cordilleras , mientras que en las tierras bajas únicamente había hordas
desparramada s como los “restos de un naufragio” (Zea, : ). No obstante, fue mucho
más allá en cuanto a la diversidad de los indios: los caribes tenían “superioridad física e
intelectual”, los guajiros eran los más feroces; en el oriente se podía distinguir entre los
nativos de los llanos y del bosque; el lenguaje de los primeros era más duro y conciso; el
de los segundos, más suave y difuso (Zea, :  y ).
La idea de que las sociedades indígenas estaban conformadas por los restos de un
naufragio retomaba una imagen popu lar de nales del siglo  que no nece sariamente
hacía referencia a la conquista española, sino a la propia destr ucción violenta de las socie-
dades nativas antes de Colón. Desde luego, esta no fue un a visión unánime. En Venezuela,
ante la ausencia de un referente de civiliz ación como el de los muiscas, la discusión sobre
el pasado tendía a concentrarse más en el salvaje, y la noción de sociedades degradadas
era casi imposible de defender. El pasado, por lo tanto, tendía a verse de una manera
diferente. En El Investigador caraqueño ( de enero de ) se publicó un artícu lo sobre
el origen de los derechos del hombre que, por un lado, idealizaba el pasado más remoto
y, por otro, brindaba una interpretación evolucionista de la historia, aunque no tomaba
como referente al antiguo indio de la provincia. En el texto se podía leer que
El hombre no ha poblado de repente toda la t ierra; antes al contrario, es cierto que ha
debido principiar por ex istir aislado: esto es, aquí un hombre con su comp añera que le
proporcionó el placer de reproduci rse allí, otro del mismo modo sit uado, más allá otro,
todos sin ningu na dependencia entre sí; pero con la misma or ganización con las misma s
facultades y con las m ismas necesidades, y esto nos basta . ¿Podría alguno de estos hom-
bres así colocados atribu irse algun derec ho que no lo tuviesen los demas? Claro e sta qué
no. Si esto no es así indíquesenos l a diferencia y destrui remos todo lo que edicásemos.
Luego de sucesivas generaciones
[…] ya una población numerosa sobre la t ierra, toda de hombres independientes entre sí
y con la misma necesidad de conservarse. Ninguno tenía derecho para gobernar á otro:
todos eran igua les. Cada uno podia hacer lo qu e queria, con tal que no daña se á otro: todos
eran libres. Cada u no debia creer que ning uno podia atacarle sin que él le hubiese ofen-
dido: todos debian tener segu ridad. Cada uno debia esperar qu e ninguno atentase contra
su igualdad , contra su libertad, contra su seg uridad, ni contra lo necesa rio que se hubiese
apropiado para existir: todos debian tener propiedad. Luego la igua ldad, la libertad, la
seguridad y l a propiedad fueron derechos de que la natura leza dotó á todos los hombres
para que pudiesen e xistir sobre la tierra, con servar la vida y satisfa cer las necesidades que
les habia dado por medio de la s facultades que todos igual mente tenían.
Lamentablemente, para la especie humana, seg ún El Investigador, llegó un momento
en el cual los más fuer tes agredieron injustamente a los demás —“hubo alguno ma l inten-
cionado que burló las esperanzas”—, razón por la cual la gente pacíca debió reunirse
para ponerse a salvo y organizarse en sociedades.
Fue en Colombia donde la idea de decadencia y rupturas como las que mencionaba
Zea era más común. No era gratuito: la exaltación del pasado muisca a manos de los
patriotas era demasiado reciente como para haber sido olvidada. Uno de los viajeros que

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