Actuar
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i. actuaR
1. beethoven y goethe, actuando
En julio de 1812 Goethe y Beethoven se encontraron en varias
ocasiones en el balneario de Teplitz. Tales encuentros son céle-
bres sobre todo por una anécdota que cuenta Bettina von Arnim1.
Estos dos grandes hombres estaban dando un paseo, cuando vie-
ron venir a la corte con la emperatriz y los duques. Acto seguido,
Beethoven le dice a Goethe: “No sueltes mi brazo, ellos son quie-
nes han de hacernos sitio, no nosotros”. Goethe, que no opina lo
mismo y a quien la situación le resulta incómoda, se suelta del
brazo de Beethoven y se pone a un lado, quitándose el sombrero,
mientras que Beethoven pasa entre los duques de brazos cruza-
dos. Esta anécdota es, igual que otras, probablemente demasiado
bonita para ser verdad. Ahora bien, pese a la incertidumbre en
cuanto a su verdad histórica, da mucho juego a la imaginación.
Uno se imagina a Beethoven y a Goethe directamente ante sus
ojos: en un lado, empleando la expresión de Romain Rolland,
el revolucionario en permanente actitud de lucha que, conven-
cido de que en el mundo hay muchos reyes pero solamente un
Beethoven, desla con expresión furiosa a través de los duques,
quienes le hacen lugar solícitamente; y, en el otro lado, el conse-
jero secreto de Weimar cuya vida entre los hombres es “un eterno
arredrarse”2 y que, al paso de la emperatriz, inclina su cabeza
1 Sigo el relato de Romain Rolland, Goethe und Beethoven, 1999, pp. 48 ss. (la referencia
de este espléndido libro se la agradezco a Lambert Bumiller).
2 Rolland (nota 1), p. 52.
14 Michael Pawlik
incluso un poco más de lo que lo habría hecho en caso de que
Beethoven no hubiera actuado de manera desaante.
Ahora bien, lo que a mí me interesa no es la contraposición de
dos caracteres y dos visiones del mundo diametralmente distin-
tos, sino lo que se puede aprender de su concurrencia en lo que
atañe al concepto de actuar. En concreto, lo común a Goethe y
Beethoven es que ambos actúan y, en concreto, no de la manera
rutinaria-casual en la que solemos gestionar la mayor parte de
nuestros asuntos cotidianos, sino de una manera muy reexiva,
concebida en términos de ejemplaridad. Ambos se enfrentan a
una pluralidad de opciones de conducta entre las que tienen que es-
coger. No toman su decisión en función de un estado de ánimo
puntual, sino de la mano de criterios valorativos superiores a los
que se sienten vinculados, teniendo en cuenta la imagen que tie-
nen de sí mismos3 y que podrían fundamentar pormenorizada-
mente si se les pidiera4.
La experiencia de no estar simplemente a merced de los pro-
pios impulsos, de los deseos, necesidades y motivos que se im-
ponen inmediatamente, sino de distanciarse de ellos y de valo-
rarlos e inuir en ellos mediante razones, dicho brevemente: la
experiencia de poder detenerse, aunque sea por un momento, y
de poder reexionar, es una experiencia que forma parte de los
elementos esenciales del horizonte de sentido de la praxis huma-
na5. Ciertamente, la mayor parte de las exigencias cotidianas de
actuación se satisfacen recurriendo a modelos de conducta asen-
3 Sobre este nexo, tayloR, Negative Freiheit?, 1988, pp. 19 ss.; honnefeldeR, Was soll ich
tun, wer will ich sein?, 2007, pp. 24 ss.
4 nida-RüMelin, Über menschliche Freiheit, 2012, p. 30; PiPPin, Die Aktualität des Deutschen
Idealismus, 2016, pp. 414 s.
5 boRsche, en siMon (ed.), Distanz im Verstehen, 1995, pp. 244 ss.; gabRiel, Sinn und
Existenz, 2016, pp. 290 s.; honnefeldeR (nota 3), p. 17; nida-RüMelin, Strukturelle
Rationalität, 2001, pp. 17, 75 s., 144 s., 151; el mismo (nota 4), p. 82; el mismo, Philosophie
und Lebensform, 2009, p. 153; Rehbock, en list/stelzeR (ed.), Grenzen der Autonomie,
2010, p. 160; tayloR, Das sprachbegabte Tier, 2017, pp. 60 s.
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