Brumas: el concepto de guerra civil - Parte I. Los ríos oscuros - Guerra civil posmoderna - Libros y Revistas - VLEX 857125182

Brumas: el concepto de guerra civil

AutorJorge Giraldo Ramírez
Cargo del AutorDoctor en Filosofía por la Universidad de Antioquia
Páginas25-64
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Capítulo 1
BRUMAS:
EL CONCEPTO DE GUERRA CIVIL
Cuando el pensador alemán Roman Schnur y el profesor italiano
Pier Paolo Portinaro expusieron su necesidad de un programa de
investigación para desarrollar una teoría de la guerra civil, todas
sus indicaciones expresas caían sobre los tópicos que tal teoría
debería abordar; sin embargo, una parte muy importante queda-
ba implícita: la necesidad de un concepto de guerra civil. Schnur
resiente que el lenguaje de la teoría del Estado “no dispone ahora
de un diccionario, que la ponga en condiciones de formular to-
do lo esencial alrededor de la guerra civil” (Schnur, 1986: 156).
Aunque Portinaro no formule una pregunta específica por el sig-
nificado del término guerra civil, sí dedica las primeras páginas de
sus iluminadores Preliminari a la cuestión semántica y concep-
tual (Portinaro, 1986: 5-11). Varios años después un profesor de
Vanderbilt University señalaba que uno de los “rompecabezas”
de la guerra radicaba precisamente en “cómo se usan las defini-
ciones, cómo se relacionan con las conceptualizaciones y cómo
distinguir una definición adecuada de una defectuosa” (Vasquez,
1993: 14). Esa necesidad está expresada dramáticamente por el
profesor de la Universidad de Colorado Francis A. Beer cuando
introduce su obra Meanings of War & Peace: “¿Qué significan?
Es una de las más desconcertantes preguntas que uno puede ha-
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cer sobre la guerra y la paz” (Beer, 2001: xi). A Gaston Bouthol,
frustrado inventor de la polemología, le encantaba contrastar su
ejercicio definitorio con una expresión tajante de Pierre-Joseph
Proudhon: “ningún lector necesita que le digan lo que es, física
o empíricamente, la guerra” (Bouthol, 1971a: 39).
Hay aquí un síntoma de la época. Cuando Proudhon sos-
layaba cualquier esfuerzo para pergeñar definiciones contaba,
gracias a su tradición cultural, con un diccionario político cons-
truido desde los albores de la modernidad, cuando los juristas
se enfrentaron a los teólogos en una auténtica lucha por las de-
finiciones sociopolíticas y jurídicas, y los vencieron. Esta reno-
vada preocupación es tan palpable como el hecho de que, a su
vez, hay “relativamente poco trabajo sobre el tópico específico
del significado de la guerra y la paz” (Beer, 2001: 8). En lugar de
enfrentarse a esta labor, muchos de aquellos que han adoptado
la guerra civil como su objeto de estudio han abandonado, casi
siempre sin explicaciones, el antiguo y universal nombre para el
fenómeno y no han dejado de ceder a la tentación de construir
nuevas, curiosas e insatisfactorias candidaturas para reemplazar-
lo. En este estado de cosas resulta ineludible abordar esa discu-
sión. En realidad, siendo rigurosos, el conjunto de este estudio y
no sólo este capítulo, procura indicar una serie de cuestiones que
permitirían, con mejores luces que las mías, clarificar el concepto
de guerra civil. Si bien politólogos, historiadores y toda suerte de
estudiosos de la vida social pueden escapar a esta tarea dejando
sentadas graves peticiones de principio, remitiéndose a extensas
descripciones o apelando a la seguridad y particularidad de las
definiciones operacionales, un estudiante de filosofía no tiene es-
capatoria si se atiene al dictum de que “lo que le incumbe al filó-
sofo es la clarificación de los conceptos” (Gadamer, 1993: 109).1
1 Son numerosas las definiciones que le atribuyen a la filosofía esa función. Isaiah
Berlin, por ejemplo, dice que su “materia de estudio la constituyen, en gran me-
dida, no las cosas de la experiencia, sino los modos como se les ve, las categorías
permanentes o semipermanentes en términos de las cuales se concibe y clasifica
a la experiencia” (Berlin, 1983: 39). Chaim Perelman, en el artículo “De la mé-
thode analytique en philosophie”, le atribuye a la filosofía el “estudio sistemático
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En este primer capítulo me ocuparé de discutir varias difi-
cultades propias de los conceptos políticos, específicamente de
los conceptos de guerra y guerra civil, empezando por defender
un contenido mínimo y universal atribuible a la palabra guerra;
después abordaré el problema de la proliferación terminológica
referida a las guerras civiles, con la intención de mostrar su varie-
dad y deficiencia, para dejarlas de lado; y, por último, esbozaré
los motivos para elegir el nombre bajo el cual se desarrollará el
resto de la reflexión en los siete capítulos restantes.
La paLabra para La guerra
La claridad que Proudhon proclamaba cesó en algún momento
después de la Primera Guerra Mundial. No interesa acá la pre-
cisión histórica ni el rigor documental sino la identificación de
una tendencia muy fuerte en el mundo occidental, especialmente
entre estadistas y juristas. Sin duda el pacifismo impulsado por
Woo drow Wilson en Versalles, y que alcanzó su cumbre en el
Pacto Briand-Kellogg, constituyó el entorno institucional que
alimentó esta concepción. La idea básica es que la palabra gue-
rra debía usarse sólo para las guerras contra un enemigo perpe-
tuo (Platón) o para los enfrentamientos legítimos entre agentes
autorizados (Gentili). Con la meta ideal de eliminar la guerra en
mente, esta tradición milenaria se tornó primero en el fácil recurso
de eliminar la palabra guerra.
Veamos, por ejemplo, un caso extremo y contemporáneo. El
jurista italiano Luigi Ferrajoli parte de una definición de guerra
como “enfrentamiento armado y simétrico entre Estados” llevado
a cabo por ejércitos regulares (Ferrajoli, 2004: 58). Se trata de una
definición con una fuerte intensión2 que carece de otra aplicabili-
dad distinta a la historia, pues en tal acepción hablar de guerra en
de las nociones confusas” (Gómez, 2004: 90). Para Bobbio, “la función más útil
de la filosofía política es la de analizar los conceptos políticos fundamentales”
(Bobbio, 2003: 111).
2 “La intensión es el conjunto de significados o atributos que definen la categoría
y determinan la membresía” (Collier y Mahon, 1993: 846).

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