Cultura política y medios de comunicación en Brasil, desde la dictadura hasta la elección de Bolsonaro. Conflictos y acomodaciones
Autor | Rodrigo Patto Sá Motta |
Páginas | 32-51 |
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∙ lo s d e s a f í o s a l a s t e l e v i s i o n e s e n a m é r i c a l a t i n a ∙
Para comenzar es necesario denir el concepto de cultura política,
una categoría de análisis desarrollada por cientícos sociales esta-
dounidenses en los años cincuenta y sesenta, y de la que se ha
apropiado de manera selectiva la historiografía reciente. El marco teórico
desarrollado originalmente por Gabriel Almond y Sidney Verba ha sido
objeto de severas críticas a lo largo de los años, pero ha recuperado fuerza
con el llamado “giro culturalista” en las últimas décadas del siglo .
Inuenciados por la creciente fuerza del paradigma culturalista e inte-
resados en renovar los enfoques de la historia política, los historiadores
han redescubierto la categoría de cultura política y la han utilizado en
sus investigaciones como una herramienta teórica inspiradora (Almond y
Verba 1965)1.
Aunque esta categoría genere debates y alguna divergencia entre los
autores que la usan, la inspiración teórica es la misma en un punto central:
la comprensión de que la cultura, en el sentido antropológico, impacta o
guía ciertas acciones políticas. Tal comprensión de la cultura política implica
una crítica al paradigma liberal-racionalista, que ve a los agentes políticos
como seres motivados esencialmente por ideas e intereses. Desde la pers-
pectiva del concepto de cultura política, se supone que los hombres también
actúan impulsados por pasiones y sentimientos como el miedo, el odio y
la esperanza; se movilizan por medio de representaciones e imágenes que
construyen mitos y héroes ejemplares, así como enemigos odiosos; y toman
decisiones inuenciadas por valores construidos en nombre de la familia,
la nación o la religión. En este sentido, la acción política de los hombres no
se debe únicamente a la aprehensión racional de los intereses o la acepta-
ción de ideas y proyectos sistemáticos y coherentes, sino que también está
inuenciada por las tradiciones culturales, valores y sentimientos.
Sin embargo, esto no signica establecer un tipo de determinismo
culturalista, que desconsidere la importancia del interés y la elección indi-
vidual. El enfoque basado en el concepto de cultura política es valioso
e inspirador, aunque si es entendido de manera absoluta, puede empo-
brecer, en lugar de enriquecer el conocimiento. Al decidir qué caminos
tomar, los agentes políticos tienen una gama de opciones para elegir, y los
factores culturales (tradiciones, sentimientos, identidades, valores) pueden
ejercer mayor o menor inuencia, dependiendo del contexto y los actores
en escena.
· Entre los historiadores que utilizan el concepto podemos citar a Jean-François
Sirinelli y Serge Berstein, en Francia, y Ronald Formisano, en Estados Unidos.
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∙ cu l t u r a p o l í t i c a y m e d i o s d e c o m u n i c a c i ó n e n b r a s i l , d e s d e l a d i c ta d u r a h a s t a l a e l e c c i ó n d e b o l s o n a r o ∙
Siguiendo esta perspectiva, se puede adoptar la siguiente denición para
cultura política: conjunto de valores, tradiciones, prácticas y representa-
ciones políticas compartidos por un grupo humano particular, expresando
su identidad colectiva y proporcionando lecturas comunes del pasado,
así como inspiración para proyectos políticos dirigidos al futuro. Cabe
destacar que se trata de representaciones en un sentido amplio, congu-
rando un conjunto que incluye ideología, lenguaje, memoria, imaginario e
iconografía, lo que implica la movilización de mitos, símbolos, discursos,
vocabularios y cultura visual diversa (carteles, emblemas, caricaturas,
videos, fotografías, banderas, etcétera).
Tal conceptualización puede usarse tanto en plural como en singular,
es decir, puede aplicarse a grupos nacionales (cultura política brasileña,
por ejemplo) o a proyectos políticos especícos privilegiando una perspec-
tiva pluralista: comunismo, liberalismo, conservadurismo, fascismo, entre
otros (Motta 2009). De acuerdo con esta propuesta de pensar el concepto,
la cultura política brasileña coexiste e interactúa con culturas políticas
conectadas a marcos ideológicos más especícos, como el liberalismo o
el socialismo, que, a su vez, están inuenciados por huellas de la cultura
nacional, siendo un ejemplo de esto el impacto del personalismo en las
culturas políticas de izquierda, un tema que se comentará a continuación.
Reiteramos, la existencia de normas y valores generales no signica que
todas las personas se adhieran de manera uniforme, como si el compor-
tamiento estuviera inexorablemente determinado por estructuras cultu-
rales preexistentes. El campo de la política presupone el protagonismo de
los agentes que toman decisiones: siempre hay espacio para elegir entre
diferentes caminos de acción. En este sentido, la cultura política propor-
cionaría solamente una orientación general, la cual, sin embargo, puede
incidir hasta el punto de congurar importantes rasgos culturales. El argu-
mento es que la cultura política ofrece a los agentes algunos patrones
de acción ya integrados en las tradiciones y más atractivos y viables por
haber tenido éxito en ocasiones anteriores. Por lo tanto, no hay razón
para suponer oposición entre la inuencia de los patrones culturales y
el arbitrio de los agentes políticos. La cultura política ejerce impacto, no
al implicar algún tipo de atavismo, sino al indicar a los actores ciertos
caminos y estrategias con más posibilidades de éxito.
Las discusiones sobre este tema —aunque no necesariamente hagan
uso del término cultura política— son tan antiguas como la forma-
ción nacional brasileña, puesto que la identicación de características
distintivas es parte del proceso de imaginación nacional. Tales debates
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