El regreso a Colombia y la integración al PCC - El relato autobiográfico - La paz, un largo proceso. Relato autobiográfico de Alberto Rojas Puyo - Libros y Revistas - VLEX 857332158

El regreso a Colombia y la integración al PCC

AutorMario Barbosa Cruz/Alberto Rojas Puyo
Cargo del AutorDoctor en Historia por El Colegio de México (2005) e historiador de la Universidad Nacional de Colombia (1996)/Autor
Páginas93-130
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El regreso a Colombia
y la integración al pcc
Llevaba ya casi veinte años ininterrumpidos en Europa,
sobre todo en París. Para mí se había vuelto una nece-
sidad apremiante el regreso a la tierra, a la sociedad por
la cual desde hacía años venía trabajando en el exterior.
Quería participar directamente en el gran combate por la
liberación de las potencialidades del pueblo colombiano
aherrojadas por tantos impedimentos, sojuzgadas por la
miseria, por el autoritarismo, por la democracia restringi-
da y, en ocasiones, simplemente, por la falta casi total de
democracia. Quería ver de cerca, además, las posibilidades
de la lucha revolucionaria, del cambio revolucionario al
cual me sentía profundamente ligado. Por lo tanto, vol-
ver a Colombia era una necesidad de mi espíritu, de mi
propio desarrollo político, de mis ideales. Hubo factores
atinentes a mi vida privada que convergieron hacia esa
decisión. Escribí a mi corresponsal en Bogotá, el doctor
Gilberto Vieira. Él estuvo de acuerdo y mi viaje se hizo
en concordancia con la dirección del partido.
La paz, un largo proceso. Relato autobiográfico de Alberto Rojas Puyo
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Al llegar aquí fui enviado inicialmente a militar
en células un poco difíciles por su situación. Había un
comité regional en Bogotá con características bastante
especiales, y quienes dominaban en ese comité regional
consideraban que el que acababa de llegar de París,
después de tantos años, y sin duda untado de euroco-
munismo, debía untarse también de barro. Así que mi
primera célula estaba situada en algún barrio bogotano
en el cual verdaderamente había barro. Para llegar a las
reuniones, no ya metafóricamente, sino literalmente,
había que untarse de barro. Fui muy asiduo asistente
a las reuniones de mi organismo; cumplí, creo, con todas
las tareas y, finalmente, se fueron disipando un poco las
prevenciones que había contra el militante pequeño-
burgués —supongo que así debían llamarme— llegado
de París y muy contaminado con las ideas en curso en
los partidos de esos países.
Mi primer trabajo como profesional del partido fue
en la redacción del periódico Voz Proletaria, que así se
llamaba entonces. Allí tuve fricciones a propósito de un
artículo que escribí, creo que con motivo del asesinato
del dirigente africano Amílcar Cabral, a quien yo había
conocido personalmente en la Conferencia Triconti-
nental de La Habana. En el artículo hacía referencia al
estalinismo y a sus crímenes. El director del periódico
consideró del caso censurar esa parte de mi artículo,
cambiar el calificativo de crímenes, que en este caso era
sustancial, por algo así como equivocaciones. Rechacé
enérgicamente esa censura y no volví a la redacción del
periódico.
Como la dirección partidaria ya me había confiado
responsabilidades en la administración de la revista Do-
cumentos Políticos, me dediqué entonces a ese trabajo.
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Puse todo mi empeño en renovar la revista, en mejorar
su difusión, en abrirle un mayor espacio, y muy pronto
me nombraron miembro del consejo de redacción. Pos-
teriormente fui jefe de redacción y, de hecho, durante
muy largo tiempo ejercí funciones de director debido a
la enfermedad de quien fuera titular de esa responsabi-
lidad, el muy apreciado e inolvidable Teodosio Varela,
contribuyó a que ello fuera así.
A los pocos meses de llegar a Bogotá, creo que ape-
nas se había transcurrido mes y medio o dos meses, iba
saliendo de un restaurante en el centro de la capital
después de haber trabajado toda la mañana en la redac-
ción de Voz Proletaria, fui rodeado por cuatro o cinco
señores —no puedo precisar el número—. Me sorprendí
mucho y pregunté qué pasaba, qué querían de mí. “El
Capi quiere hablar con usted”, me dijeron. “¿Y quién es
el Capi?”, contesté. “Ah, eso lo va a saber ahora”. Me asus-
té mucho, porque en esos días había desaparecido gente
y, desde luego, una de las primeras noticias importantes
que encontré en la prensa colombiana cuando hice mi
desembarco en Santa Marta fue la desaparición de doña
Gabriela Samper. Estaba bajo el impacto de esa noticia y,
obviamente, lo primero que pensé cuando me encontré
así rodeado y sentí que me llevaban como a empellones
era que me podían desaparecer. Vi una puerta abierta de
una tienda y quise meterme ahí para llamar por teléfono,
pero no me dejaron. El cerco contra mí era demasiado
estrecho: “No, ni lo intente, somos del das y tenemos
instrucciones de llevarlo”, me dijeron.
Recuerdo que fue como en dos tiempos. Primero me
tuvieron en una camioneta que estaba a la vuelta de la
esquina. Yo andaba siempre con un maletín, y dentro del
maletín llevaba libros y fotografías de mis hijos, franceses

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