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VI. Cuando el defensor es el acusado

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LA DEFENSA NUNCA DESCANSA
VI.
CUANDO EL DEFENSOR ES EL ACUSADO
El 24 de abril de 1968, envié la siguien te carta a Richard Hughes, gobernador
de Nueva Jersey. A continuación repr oduzco unos extractos de la misma:
«Le dirijo la presente para llamarle la atención acerca de un asunto que consi-
dero de gravísima importancia para la persona que represento y para el Estado de
Nueva Jersey. Me dispongo a intervenir en un juicio en el que la parte demandante
sabe perfectamente que el único testigo que posee se propone mentir y dar una
versión completamente falsa de un asesinato imputado a mi cliente.
Harold Matzner, de Denville (Nueva Jersey), fue procesado en junio de 196 7
por el asesinato de Judith Kavanaugh y en octubre de 1967, por el de Gabriel De
Franco. He asumido su defensa desde el primer procesamiento. Jamás he visto, en
ningún tribunal del estado federal, tales abusos contra la justicia, la ética legal y los
derechos constitucionales como los que se han producido en este caso. Los «testi-
gos» de cada asesinato son presidiarios y ambos han sido presionados o soborna-
dos por la acusación par a que declarasen contra el acusado, poniendo deliberada-
mente en peligro las vidas de cinco personas totalmente inocentes, todas las cuales
pasaron s atisfactoriamente sendas pruebas con el polígrafo, realizadas por técnicos
de fama nacional.
En un juicio los procesados son tres y en el otro cuatro: dos de ellos, entre los
que se cuenta mi cliente, figura n como acusados en ambos casos.
Mi primer propósito fue el de que el mismo proceso fuese el medio de denun-
ciar tan la mentable situación. No obstante, hace unas semanas, fue nombrado un
fiscal especial, en la persona de James Dowd. El juicio de De Franco se fijó para el
22 de abril. Una semana antes de que d iese comienzo, Mr. Dowd trató de obtener
un aplaza miento para «efectuar nuevas pesquisas» sobre el caso, que aún no había
podido estudiar lo suficiente. Yo protesté, y su solicitud fue denegada. Yo conferen-
cié en privado con él en presencia de su ayudante, Richard McGlynn. Cuando él
admitió que (1.°) él se había hecho cargo del caso y que (2.°) le animaba un sincero
deseo de determinar si su principal testigo había cometido o no perjuro, yo modi-
fiqué mi posición original y accedí a que el juicio continuase.
Mr. Dowd cumplió su palabra. En efecto, consiguió determinar que Edward
Lenney, el supuesto testigo presencial, había cometido perjurio al relatar su versión
de los hechos, y que quie nes le ayudaron a prepara r e sta falsa versión fueron
funcionarios del Es tado de Nueva Jersey. Mr. Dowd deseaba que el acta de procesa-
miento fuese levantada inmediatamente y los i nculpados fuesen declarados libres
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FRANCIS LEE BAILEY
de toda sospecha, a lo que éstos se mostraron conformes. No obstante, antes de que
pudieran adoptarse esas medidas, algunos repr esentantes d e la oficina del fiscal,
John Thevos, se pusieron en contacto con Edward Lenney, con el resultado de que
éste se ratificó en sus falsa s declaraciones. El Estado de Nueva Jersey s e propone
ahora celebrar este juicio para que dichos funcionarios culpables de prevaricación
puedan librar se del castigo que merecen. En consecuencia, se ofrece a mi cliente la
oportunidad de incurrir en el clásico sínd rome norteamericano de la maldición de
una a bsolución. Yo no estoy dispuesto a que esto ocurra.
Si es te juicio se celebra tal como actualmente está planeado el escándalo que
provocará cubrirá de ridículo al Estado de Nueva Jersey, como no ha ocurrido a
ninguna otra institución de este país desde la abolición de la Cámara Estrellada.
Aunque me produciría cier ta satisfacción exponer la prevaricación de estos funcio-
narios en un escenario tan adecuado como sería un juicio por asesinato, creo que lo
que más conviene al interés de mi cliente es solicitar con urgencia que se abra una
encuesta para determinar si Mr. Dowd se ve obligado, por órdenes superiores, a
presentar ante un tribunal de este país a un testigo que le con sta que miente. El
dinero y los esfuerzos que costará al contribuyente semejante juicio podrían consa-
grarse con mayor provecho a efectuar una encuesta que condujese a la expulsión y
encarcelamiento de los responsables de esta farsa.
La prensa ha sido amordaz ada hasta tal punto, que el público en general
apenas sabe la infamia que se está perpretando.
Antes d e que llegue el día de que el jurado se retire a deliberar, yo me pro-
pongo airear todo este desagradable asunto. Confió en q ue alguna acción por su
parte precederá a tan infortunado acontecimiento. Le agradezco vivamente la aten-
ción que pueda dispensar a este asunto.»
En sus líneas esenciales , esta cart a ha bla p or s í mism a. Pe ro n o obtuv o el
resultado deseado. En cambio, alguien se preocupó de enviar un a copia a la prensa,
e hizo que mi acción fuese censurada en Massa chusetts y que s e me impi diese
ejercer en Nueva Jersey. Lo que ha bía entre bastidores demuestra, una vez más el
hecho de que el abogado defens or es, muchas veces, el blanco de los ataques.
A diferencia del fiscal, el defensor siempre se encuentra en marcada desventa-
ja cuando se trata de defender sus derechos profesionales. Excepto en cir cunstancias
muy excepcionales, puede decirse que no existe la maquinaria lega l necesaria para
imponer un correctivo a un fiscal que transgreda los límites éticos, morales o jur í-
dicos en el ejercicio de su cargo. Es corriente ver a personas procesadas por motivos
políticos, pero los fiscales que se prestan a estos actos ilegales rar amente son amo-
nestados. El abogado defensor que ataca h onradamente a funcionarios venales, no
cuenta con un jurado de acusación para protegerle, ni tiene autoridad para querellarse
contra un individuo. Solo se le permite defender a aquellas personas que han sido
procesadas. En consecuencia, muchas veces se convierte en cabeza de turco.
Por ejemplo, Clarence Darrow fue juzgado dos veces en California hasta que
un día su abogado, Earl Rogers, fue procesado. Muchos juristas que han salido en
los periódicos como abogados criminalistas han sido procesados, sometidos a una
investigación o amena zados por distintos Colegios de Abogados.
Yo no soy excepción. En los comienzos de mi carrera, me advirtieron que me
arriesgaba a que un jurado de acusación me empapelase si continuaba denunciando

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