Violencias - Filosofía radical y utopía. Inapropiabilidad, an-arquía, a-nomia - Libros y Revistas - VLEX 857250506

Violencias

AutorAndityas Soares de Moura Costa Matos
Cargo del AutorGraduado en Derecho, máster en Filosofía del Derecho, doctor en Derecho y Justicia por la Facultad de Derecho de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG) y doctorando en Filosofía por la Universidad de Coimbra (Portugal)
Páginas123-166
123
Capítulo 4
VIOLENCIAS
Todo lo que existe merece perecer.
Mefistófeles/J. W. Goethe, Fausto
1. fuerza, vIolenc Ia, InaccIón
El título de este capítulo se abre con un provocativo plural:
violencias, porque hay muchas y de tipos diversos. Sin em-
bargo, la confianza liberal en la razón y en el debate nos lleva
a considerar la experiencia de la violencia de modo singular
y simplista. Todo aquello que se opone a la buena discusión
racional es violencia y, por tanto, algo malo. Mediante esta
especie de moralización del concepto de violencia, el sistema
liberal-capitalista se vuelve incapaz de hacer distinciones sis-
temáticas entre los diferentes tipos de uso efectivo de la fuerza
física,1 sin darse cuenta de lo obvio: que él mismo, en sí y para
1 hobsbawm, Las reglas de la violencia, pp. 301-302.
124
sí, es violencia de clase; que para controlar a la violencia extra-
legal es necesario recurrir a otro tipo de violencia, autorizada
y centralizada por el Estado; que todo poder político-jurídico
no pasa de ser violencia constituida continuamente amenaza-
da por violencias constituyentes. Los compromisos retóricos
típicos de los parlamentos liberales se presentan como formas
no violentas de tratar los negocios públicos, sostiene Benjamin,
pero al final se revelan como nítidos signos de la decadencia
de nuestro tiempo, cuando se intenta apagar la conciencia de
la presencia latente de la violencia (Gewalt) en las institucio-
nes jurídicas. Los parlamentos “no han sabido conservar la
conciencia de las fuerzas revolucionarias [y violentas] a que
deben su existencia”.2
Por otra parte, al negarse a pensar en la violencia de manera
radical, la tradición de la democracia liberal acaba por confun-
dir sus causas y efectos, haciendo imposible tratar el tema más
allá de obviedades tales como “es necesario ser violento para
contener la violencia”. De ahí la aparición de una paradoja:
la condena moral de la violencia inicialmente efectuada por el
liberalismo acaba generando una especie de autorización para
la práctica indiscriminada de varios tipos de violencia, ya sea
de modo directo o indirecto.
En ciertas circunstancias el uso de la violencia es necesa-
rio, piensa el liberal. Sin embargo, al ser la violencia mala en
sí misma, no es posible, incluso en esas circunstancias, hacer
distinciones. Ante la imposibilidad de pensar la violencia misma,
el liberal entrega su práctica “neutra” al Estado y, en lugar de
hacer distinciones, solo se pregunta por la funcionalidad de su
uso estatal; es decir, pone en cuestión solamente si el Estado
consigue o no, siendo violento, controlar la violencia. Esta es
una estructura perfectamente circular y carente de sentido co-
mo, además, lo es todo el pensamiento liberal. Al fin y al cabo,
le toca al buen ciudadano de las democracias capitalistas solo
2 benjamIn, Para una crítica de la violencia, p. 33.
125
aceptar la violencia como un mal necesario para mantener el
actual sistema de mundo; y eso sin hacer muchas preguntas.
Por tanto, la moralización de la violencia desemboca en su
práctica incontrolada.
Resulta sintomático reconocer, con Hardt y Negri, que hoy
en día la violencia de los Estados renuncia incluso a las antiguas
justificaciones morales y legales para legitimarse, apelando a
una justificación a posteriori que tiene en cuenta únicamente
los resultados: es legítima la violencia que mantiene el imperio,
resultando todas las demás ilegítimas, en especial aquellas que
quieren cambiar las estructuras de poder existentes.3 En otro
registro más irónico, Paulo Arantes señala que el único uso
autorizado de la violencia en las sociedades calificadas como
civilizadas se destina a mantener el consenso retórico sobre la
no violencia.4 Nos encontramos aquí de nuevo ante el texto
seminal del joven Benjamin, Sobre la crítica de la violencia (Zur
Kritik der Gewalt), en el que empieza caracterizándola como
medio absoluto del derecho, al cual no le importan los fines;
lo que sí le importa es la monopolización del medio brutal que
siempre lo caracterizó. En estas tres lecturas —Hardt y Negri,
Arantes y Benjamin—, el refuerzo del orden establecido fun-
ciona como justificativa retroactiva absoluta para el uso de la
violencia, con lo que esta se transforma en medio indiferente
a fines, o mejor, en medio indiferente a cualquier fin que no
sea, él mismo, medio de violencia.
Esta percepción determina que se hagan distinciones. Más
allá de todas las otras —violencia práctica, psicológica, real,
física, verbal, legal, ilegal etc.—, la distinción que me parece
central es la que separa la violencia que mantiene al sistema de
poder actual de aquella que lo destruye. He aquí la diferencia
insuperable entre violencia instituida y violencia fundadora;
violencia que solo genera más violencia sistémica y aquella que
3 hardt; negrI, Multitud, p. 55.
4 arantes, Extinção, p. 80.

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR