La voz de los jóvenes: el imperativo de re-imaginar el mundo - Tercera parte. Otros retos, otras representaciones - Los jóvenes tienen voz. Por un diálogo ciudadano entre generaciones - Libros y Revistas - VLEX 942794607

La voz de los jóvenes: el imperativo de re-imaginar el mundo

AutorSara Bertrand
Cargo del AutorHistoriadora y periodista de la Universidad Católica de Chile donde enseña en el Diplomado en Apreciación Estética de los libros Infantiles y Juveniles
Páginas283-301
283
Cualquiera de nuestras palabras está
penetrada de religiones apagadas,
y un vuelo de pájaro nos conmueve
porque en otro tiempo (otro, mas no
concluido todavía)
fue un signo.
CARLO LEVI
Volvamos al año uno, a ese tiempo sin tiempo, cuando la
oscuridad rodeaba casi todos nuestros quehaceres, no ha-
bíamos conquistado la luz eléctrica y nuestra permanencia
en el mundo de la razón sucumbía cada vez que llegaba la
noche. Entonces, la Tierra era inabarcable y desconocida,
un temblor, una erupción volcánica o una estrella fugaz,
signos irrefutables de que un antiguo mal prevalecía en
medio de las tinieblas y levantaba el miedo a esas voces
o pisadas que creíamos reconocer en el bosque o en una
montaña, entre aguas estancadas o que f‌luían al compás de
las mareas, algo indescriptiblemente tenebroso se escondía
justo donde terminaba la luz. No existe ninguna cultura o
civilización que no haya temido llegar a ese límite, la fron-
tera que separa la luz de la oscuridad, ahí donde aguarda
el monstruo milenario de nuestras pesadillas, un miedo
ancestral que despierta al vacío y cla onciencia de daño.
Un miedo que permanece por los siglos de los siglos.
Entonces, alrededor del fuego, en una ceremonia ten-
tada por la palabra, nuestra especie sorteó la oscuridad,
mientras durante el día ensayaba formas de dominar el
paisaje a punta de patadas, palos y mucha sangre, en el
atardecer, se recoge y busca abrigo, porque el recuerdo
del golpe retumba, un caos prematuro y omnisciente que
Los jóvenes tienen voz
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jamás cesa, motor de un tipo de dicotomía absurda, pero
necesaria cuando se combate en el frente: eso o yo; lo uno o
lo otro. Y en ese espacio contenido por brasas y leñas, cada
noche se levanta el rito, contar los días, dibujar un contorno
def‌inido sobre lo que desconocemos, pero que permanece
en nuestro interior y se abre con la misma intensidad que la
noche, fertilidad garantizada por el cansancio, las ganas de
huir, buscar la luz, capturar el misterio, todos los misterios.
Quizá, al acercar el ojo al margen se pueda ver de frente
la cara del animal, tensar el arco, lanzar la f‌lecha y verlo
caer a los pies a la espera de que el esfuerzo valga la pena.
El relato conforta y abriga. Sobre todo, reúne y carga
de sentidos. Niñas, niños, jóvenes, adultos y ancianos se
escuchan, y lo saben, desempeñan un papel irreemplazable,
pues en ese relato que construyen cada noche están cons-
truyéndose no solo como individuos, sino como sociedad.
Al compás del fuego, entonces, se elaboraron experiencias,
conocimientos y mitos, se forjaron leyendas, creencias, tes-
timonios de una lucha por sobrevivir. El origen. Mientras
las armas descansan sobre la piedra, ancianos, adultos, jó-
venes, niñas y niños narran sus hazañas, y el eco lejano de
un extraño jardín, edén de bosques milenarios, oscuridad
y gérmenes, crece alrededor sin estrellas ni f‌irmamento.
Un camino hecho de polvo se dibuja. Un viaje. Nuestra
especie se moviliza en miles de raíces sin dejar de pregun-
tar, imaginando inf‌inidad de futuros posibles, rodeando el
fuego, la oscuridad, el universo; puebla la tierra, reconoce
paisajes y comienza a nombrar.
En el principio, fue la palabra, dicen las escrituras. ¿En
el principio de qué? ¿Del viaje, del asombro, del caos, de
la fatiga, de lo absurdo o de la noche? ¿A quiénes fueron

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