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Los artífices de una memoria social: las doctrinas nacionalistas en Colombia

AutorAlejandro Álvarez Gallego
Cargo del AutorLicenciado en Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica Nacional, magíster en Estudios Políticos de la Pontificia Universidad Javeriana y doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación de la UNED (España)
Páginas77-137
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Capítulo VI
LOS ARTÍFICES DE UNA MEMORIA SOCIAL:
LAS DOCTRINAS NACIONALISTAS
EN COLOMBIA
Durante el período de estudio nos encontramos con un escena-
rio en el que se cruzaron diferentes intereses y, por tanto, formas
distintas de representarse el ideal de nación, de ese nosotros que
cada tendencia imaginaba. La función social del nacionalismo
sería la de ir configurando una memoria que garantizara la sen-
sación de una certeza, la certeza de que éramos así, de que perte-
necíamos a una estirpe, o a una tradición. Para eso sería necesario
configurar una memoria social (Lechner, 2000: 68-69). Pero el
nacionalismo tuvo distintas expresiones, según la coyuntura his-
tórica. Por eso no es tan sencillo hablar del nacionalismo en forma
general, es indispensable analizar en profundidad sus matices y
sus diferencias en cada tendencia ideológica, en cuyo seno será
posible descubrir una manera distinta de configurar una memoria
social. En torno a esos matices se generaron las disputas por el
poder más enconadas que atravesaron toda la primera mitad del
siglo XX.
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el Pensamiento moderno
Los Modernistas
Uno de los primeros movimientos de intelectuales críticos de
la tradición colonial que surgió en Latinoamérica fue el de los
denominados modernistas, encabezados por Rubén Darío en
Nicaragua, José Martí en Cuba y Amado Nervo en México. En
Colombia, los más distinguidos fueron Diego Mendoza Pérez,
José Asunción Silva, Julio Flórez, Guillermo Valencia, Carlos
Arturo Torres y Baldomero Sanín Cano. Estos personajes estuvie-
ron influenciados por teóricos críticos y escépticos de la cultura
occidental, como Baudelaire, Rimbaud, Rabindranath Tagore,
Mallarmé y Nietzsche, entre otros (Ocampo, 1999: 959-960).
El debate en torno a las ideas de finales del siglo XIX se mo-
vía, además de la academia, entre las librerías bogotanas, donde
se organizaban tertulias y se encontraban los intelectuales para
intercambiar ideas y actualizar bibliografías. Las más conocidas
eran la Librería Americana, de Miguel Antonio Caro, especia-
lizada en los clásicos; la Torres Caicedo, de José Joaquín Pérez,
quien difundía autores de la América Española; la Librería Nue-
va, de Jorge Roa, especializada en literatura contemporánea, y
la Librería Colombiana de Camacho Roldán, difusor de autores
como Comte, Spencer, Fustel de Coulanges y Michelet, entre
otros (Cataño, 1999: 282).
Algunos de estos intelectuales se agruparon políticamente
en el Movimiento Republicano que se creó después de la guerra
de los Mil Días (1899-1901). Allí confluyeron antiguos liberales
radicales cansados de la guerra y defensores de la institucionali-
dad democrática. Desde la literatura y la poesía, desde la prensa
escrita, desde la cátedra universitaria o desde los cargos públicos,
impulsaron la renovación de las ideas pugnando por un pensa-
miento propio, renovado, que superara la tradición hispanista y
se protegiera de la penetración cultural que veían llegar con la
expansión imperialista norteamericana. Fueron importantes en
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la creación de condiciones para renovar el pensamiento social
vigente hasta entonces.
Diego Mendoza, por ejemplo, fue crítico de la historiografía
nacional por no dar cuenta de los procesos sociales y económicos.
En su obra sociológica más importante Ensayo sobre la evolución
de la propiedad en Colombia —basada en una conferencia que
dictara en 1897— no solamente propuso la renovación de la his-
toria, sino que registró la aparición de una nueva clase social: la
clase obrera, y reivindicó sus luchas en contra de la explotación
laboral de las compañías norteamericanas (como la Standard Oil
Company).
Esta corriente de intelectuales tenía en común una doble con-
dición: al tiempo que se ocupaban de los asuntos más sensibles
de la vida cotidiana, muy cercanos a las preocupaciones concre-
tas de la población, estaban conectados con las disquisiciones
más elaboradas del mundo de las letras en Europa y Estados
Unidos. Las ideas modernistas estuvieron comprometidas con
la lucha antialcohólica y contra el trabajo infantil, defensores
de la inmigración, y críticos de la raza, entendida esta última como
en decadencia y en proceso de degeneración. Influenciados por
la corriente de la sociología anglosajona de los social problems,
se ocuparon de esos temas con el propósito de aportar desde la
investigación soluciones a lo que consideraban problemas que
amenazaban el equilibrio social (Cataño, 1999: 69-70). En la
poesía y la literatura buscaron un estilo en el que se reconociera
la gente del común, se propusieron escribir prescindiendo de un
lenguaje forzado, y utilizaron palabras del hablar cotidiano para
reconocer la estética de la vida corriente.
Por su cosmopolitismo y sus miradas escépticas, este grupo
de modernistas se opuso a los costumbristas del siglo XIX y a
los hispanistas clásicos, defensores del humanismo greco latino,
como Miguel Antonio Caro, Jaime Balmes y Tomás Carrasqui-
lla, quienes a su vez los tachaban de bárbaros, extranjerizantes y
desinteresados de la realidad nacional. De hecho, eran simpati-
zantes del anarquismo y de las causas obreras, y muchos de ellos
explicitaron su simpatía con el socialismo internacional. Marco

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