Colofón. El traje nuevo del emperador: La Libertad y libre desarrollo de la personalidad humana en el siglo XXI - Una mirada jurídica a los cuentos de los hermanos Grimm - Segunda Parte - Libros y Revistas - VLEX 972352901

Colofón. El traje nuevo del emperador: La Libertad y libre desarrollo de la personalidad humana en el siglo XXI

AutorAgustín Antonio Herrera Fragoso
Cargo del AutorInvestigador del Instituto de Ciencias Jurídicas de Puebla A. C., México
Páginas382-419
“Hace de esto muchos años, había un Emperador tan aficionado a
los trajes nuevos, que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima
elegancia. No se interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le
gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera para lucir sus
trajes nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la
misma manera que se dice de un rey: “Está en el Consejo”, de nuestro
hombre se decía: “El Emperador está en el vestuario””.
Hans Christian Andersen, El traje nuevo del emperador,
disponible en https://bit.ly/3BI3yjh.
EL CUENTO2
El traje nuevo del emperador es un cuento corto escrito por Hans
Christian Andersen y publicado en 1837. Esta historia trata sobre un
“Emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que gastaba todas sus
rentas en vestir con la máxima elegancia”. No se interesaba por sus
soldados ni por el teatro ni le gustaba salir de paseo por el campo, a
menos que fuera para lucir sus trajes nuevos.
Todos los días llegaban muchos extranjeros a su ciudad. En una
oportunidad se presentaron dos trúhanes que se hacían pasar por
tejedores y aseguraban que sabían tejer las más maravillosas telas, por
lo que ofrecían unas prendas que poseían la milagrosa virtud de ser
invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera
irremediablemente estúpida, lo que motivó al Emperador a solicitar
la elaboración de un traje especial para él.
El Emperador envió a su viejo ministro a que visitara a los tejedores
en razón de ser un hombre honrado y el más indicado para juzgar de las
cualidades de la tela, pues tenía talento y no había quien desempeñara
el cargo como él.
El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala ocupada
por los dos embaucadores, los cuales trabajaban en los telares vacíos.
“¡Dios nos ampare! –pensó el ministro para sus adentros, abriendo
unos ojos como naranjas–. ¡Pero si no veo nada!”. Sin embargo, no
soltó palabra. Posteriormente el Emperador envió a otras personas a
ver el trabajo, sin embargo, todos fingieron ver la magnífica ropa para
evitar ser vistos como estúpidos o incompetentes.
Así mismo, los habitantes de la ciudad estaban informados de la
particular virtud de aquella tela y todos estaban impacientes por ver
hasta qué punto su vecino era estúpido o incapaz.
2 Todos los apartados del cuento fueron tomados de https://bit.ly/3BI3yjh,
consultado el 3 de febrero de 2022.
384 Agustín A ntonio Herre ra Fragoso
Cuando al final se llevó el supuesto traje ante el Emperador,
este pensó “¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tonto? ¿Acaso
no sirvo para emperador? Sería espantoso”, y a renglón seguido
manifestó: “¡Oh, sí, es muy bonita! Me gusta, la apruebo—”. Y
con un gesto de agrado miraba el telar vacío, sin querer confesar
que no veía nada. Todos los componentes de su séquito miraban
y remiraban, pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante,
todo era exclamar, como el Emperador: “¡oh, qué bonito!”, y le
aconsejaron que estrenase el traje confeccionado con aquella tela
en la procesión que debía celebrarse próximamente. “¡Es preciosa,
elegantísima, estupenda!”, corría de boca en boca, y todo el mundo
parecía extasiado con ella.
El Emperador concedió una condecoración a cada uno de los
bellacos para que se la prendieran en el ojal y los nombró tejedores
imperiales. Los trúhanes fingieron ponerle el traje y comentaron
que las prendas eran ligeras como si fuesen de telaraña: casi que uno
creería no llevar nada sobre el cuerpo.
Le señalaron que se viera en el espejo. “¡Es digno de admiración!
–le dijeron al Emperador–. ¡Dios, y qué bien le sienta, le va
estupendamente! –exclamaban todos–. ¡Vaya dibujo y vaya colores!
¡Es un traje precioso! El palio bajo el cual irá Vuestra Majestad
durante la procesión aguarda ya en la calle –anunció el maestro
de Ce remo nia s”.
Los ayudas de cámara encargados de sostener la cola bajaron las
manos al suelo como para levantarla y avanzaron con ademán de
sostener algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado
que no veían nada. Y de este modo echó a andar el Emperador bajo
el magnífico palio, mientras el gentío, desde la calle y las ventanas,
decía: “¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador!
¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo!” Nadie permitía que
los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido
por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje del Monarca
había tenido tanto éxito como aquel.
“¡Pero si no lleva nada! —exclamó de pronto un niño. ¡Dios bendito,
escuchad la voz de la inocencia! —dijo su padre; y todo el mundo se
fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño”.

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