Desde el fondo de la tierra: trabajadores, naturaleza y comunidades en las industrias minera y petrolera - Historias Transversales - Un pasado vivo. Dos siglos de historia ambiental latinoamericana - Libros y Revistas - VLEX 874419106

Desde el fondo de la tierra: trabajadores, naturaleza y comunidades en las industrias minera y petrolera

AutorMyrna Santiago
Páginas223-245
223
CAPÍTULO IX
DESDE EL FONDO DE LA TIERRA: TRABAJADORES,
NATURALEZA Y COMUNIDADES EN LAS INDUSTRIAS
MINERA Y PETROLERA*
MYRNA SANTIAGO
EN 1969 el activista sindical Sergio Almaraz describió la desolación que pre-
senció en un campamento minero boliviano:
[…] la pobreza en las minas tiene su propio cortejo; envuelta en el viento y en un
frío eternos, curiosamente ignora al hombre. No tiene color. La naturaleza se ha
vestido de gris. El mineral, contaminando el vientre de la tierra, la ha tornado
yerma. A cuatro o cinco mil metros de altura donde no crece ni la paja brava,
está el Campamento minero. La montaña enconada por el hombre quiere expul-
sarlo. De ese vientre mineralizado, el agua mana envenenada. En los socavones,
el goteo constante de un líquido amarillento y maloliente llamado “copajira”,
quema la ropa de los mineros. A centenares de kilómetros donde ya hay ríos y
peces, la muerte llega en forma de veneno líquido proveniente de la deyección de
los ingenios. El mineral se lo extrae y limpia, pero la tierra se ensucia. La riqueza
se troca en miseria. Y allí, en ese frío, buscando protección en el regazo de la
montaña, donde ni la cizaña se atreve, están los mineros. Campamentos alinea-
dos con la simetría de prisiones, chozas achaparradas, paredes de piedra y barro,
techos de zinc, pisos de tierra […] El viento de la pampa se cuela por las rendijas
y la familia apretujada en camas improvisadas —generalmente bastan unos cue-
ros— si no se enfría, corre el riesgo de asxiarse. Oculto en esos muros está el
pueblo del hambre y de los pulmones enfermos1.
Almaraz capturó una dura realidad: la de la inhóspita ecología del alti-
plano, en la cual la mano de obra de los mineros y la naturaleza se vieron
entrelazados en una relación íntima y dañina, que acabó desgurándolas a
ambas. Así, las zonas extractivas se volvieron focos de choques sociales.
* Para citar este capítulo: http://dx.doi.org/10.30778/2019.77. Traducción de Matías Godoy.
1 Citado en Gregorio Iriarte, Los mineros: Sus luchas, frustraciones y esperanzas (La Paz, Bo-
livia: Ediciones Puerta del Sol, 1982), 30-31.
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Temblando, tanto por el clima de la montaña como por la pobreza generada
por las relaciones laborales capitalistas, con los pulmones rasgados debido a
la inhalación de partículas desprendidas de la tierra que excavaban, los mi-
neros se volcaron a la acción. Identicaron a las compañías mineras como
las responsables de llevarlos a esas áridas sierras y ocasionar su miseria, y
organizaron sindicatos y huelgas, abriendo el camino para la nacionaliza-
ción de las minas de estaño bolivianas en 1952. Más adelante, resistieron la
dictadura reinante cuando Almaraz visitó los campamentos2. Encarnaron de
esa forma la complicada realidad de aquellas comunidades que compartían
geografías con industrias extractivas y que acabaron por rebelarse.
La historia de la minería y el petróleo en América Latina en los siglos XIX
y XX demuestra que la naturaleza determina dónde puede haber extracción,
y que donde hay extracción hay conicto. La naturaleza creó los territorios
donde las mineras y petroleras excavaban o perforaban, a menudo zonas con
ecosistemas complejos y carentes de la población necesaria para extraer mi-
neral exitosamente. Aquellos paisajes requerían mano de obra inmigrante. Al
llegar, los trabajadores se toparon con ambientes difíciles que los ponían a
merced de la naturaleza y también de los peligros inherentes a las labores de
excavación. Las comunidades que se formaron alrededor de las minas y los
yacimientos petroleros pagaron el costo de habitar parajes desconocidos en
situación de pobreza: las altitudes extremas de la montaña, la humedad de
los bosques tropicales, el calor abrasador de los desiertos. Compartían los
efectos ambientales de la extracción: la contaminación del suelo, el aire y el
agua; las enfermedades desenfrenadas; la ingestión de químicos tóxicos; la
contaminación de la cadena alimenticia; y, en el caso del petróleo, una vulne-
rabilidad extrema ante el fuego. No obstante, las empresas capitalistas na-
cionales y extranjeras priorizaron la inversión en tecnología e infraestructura
y, como sus antecesores desde la Colonia española, minimizaron los recursos
dirigidos a los trabajadores y las comunidades locales3. Esa actitud se mani-
festaba en escenas como la que encontró Almaraz en 1969. Rara vez aquellos
que vivían a la sombra de las compañías extractoras se beneciaban de su
trabajo, de sus sacricios físicos y de los cambios radicales en el paisaje. La
riqueza subterránea que los trabajadores petroleros y mineros extraían jamás
permanecía en el mismo sitio, se acumulaba en otra parte, en grandiosas ciu-
dades extranjeras como Nueva York y Londres, o en capitales nacionales
como Lima, São Paulo y Caracas.
Las empresas extractivas sometieron a los trabajadores y a los miembros
de las comunidades locales a condiciones sociales y ambientales que con el
2 June Nash, We Eat the Mines and the Mines Eat Us: Dependency and Exploitation in Bolivian
Tin Mines (Nueva York: Columbia University Press, 1979), 259, 280-281.
3 Véase Kendall W. Brown, A History of Mining in Latin America from the Colonial Era to the
Present (Albuquerque: University of New Mexico Press, 2012).

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