La lógica de la ambivalencia - Economía para el ser humano. Sentido y alma del capital - Libros y Revistas - VLEX 857251815

La lógica de la ambivalencia

AutorUlrich Hemel
Cargo del AutorCursó estudios de licenciatura en Filosofía, Teología, Economía y Ciencias Sociales en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma (Italia) donde se graduó summa cum laude y realizó su doctorado en Teoría de la Pedagogía de la Religión en la Universidad de Regensburg (Alemania)
Páginas121-172
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CAPÍTULO V. LA LÓGICA
DE LA AMBIVALENCIA
Tanto el lado oscuro como el luminoso del capital nos muestran
posibilidades que se hallan muy cerca unas de otras. El dinero
como la forma líquida y fluyente del capital, y el capital como
la forma coagulada del dinero, ofrecen, a quienes frecuentan su
manejo, una tal diversidad de maneras de utilizarlo, de propósi-
tos y de metas, de consecuencias y efectos colaterales, que una
consideración más profunda nos lleva a concluir: la sustancia
del capital consiste en su polivalencia, es decir, en la maleabilidad
tan heterogénea de sus expresiones.
Ahora bien, polivalencia significa también apertura a mani-
festaciones positivas o negativas que fomentan o amenazan la
vida. Hablando en términos de valores humanos, el capital es
neutral; pero neutralidad significa ambivalencia. La inevitable
ambivalencia del capital es y sigue siendo bendición y maldición,
libertad y servidumbre, nostalgia y opresión.
La lógica de la ambivalencia es a la vez permanente y volátil.
Nuestra sociedad se mide a sí misma según el monto del
producto interno bruto. En él participa cada ciudadano en la
compleja red de intercambios económicos; porque cada uno,
en la sociedad, es productor de ingresos o también receptor
de servicios, pagador de impuestos o beneficiario directo o
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Ulrich Hemel
indirecto de las acciones del Estado, consumidor o ahorrador,
prestatario o inversionista, tomador de decisiones financieras en
pequeña o gran escala. A la vez, cada uno de nosotros es objeto
de decisiones financieras que otros toman: políticos, empresa-
rios, gerentes, miembros de la familia, compañeros o amigos.
En este contexto, no es significativo si se trata de decisiones
en cuanto a la inversión, de la legislación tributaria, de regalos
privados o de gastos para el mantenimiento diario: las perspec-
tivas se entrecruzan, se entretejen unas con otras, se determinan
y se influyen mutuamente. Por lo general, tienen consecuencias
que en gran medida se mantienen imperceptibles, y en parte
no son deseadas. Con frecuencia desempeñamos de manera
simultánea papeles complementarios, como cuando somos a la
vez prestatarios e inversionistas de un banco: nos sobregiramos,
pero tenemos igualmente un dinero en el banco, que incluso
puede darnos menos intereses que aquellos que nos cobran
por el sobregiro.
1. La ambivaLencia sociaL e individuaL deL capitaL
La ambivalencia social del capital se muestra ya en el hecho de
que el concepto de producto interno bruto es muy amplio, pero
no abarca todas nuestras actividades sociales. Quien en su hogar
se prepara una comida, es cierto que tiene que haber comprado
los ingredientes, pero la acción de cocinarlos, como ejercicio de
la economía personal, no ingresa en el producto interno bruto.
Esta situación viene a ser injusta cuando servicios esenciales
para la sociedad, desde la crianza de los niños hasta el cuidado
de los ancianos, se convierten, en cierta medida, en “asuntos
privados” que tienen lugar por fuera del ámbito pecuniario,
y, por tanto, no reciben el debido reconocimiento social. Los
diferentes intentos que se hacen para establecer indicadores
de la calidad de vida son un paso adelante para corregir esa
unilateralidad. Pero aumentan igualmente la complejidad de
las mediciones, y, por consiguiente, el campo abierto para las
interpretaciones y la discusión de opiniones. Lo mismo vale
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Economía para el ser humano. Sentido y alma del capital
para el intento bien conocido de definir la “felicidad nacional
bruta” y de orientar por ella la política, como es el caso en el
reino de Bután.
Para individuos que aman y acentúan la eficiencia —aunque
no solo para ellos— es posible señalar además una ambivalencia
individual en el manejo del dinero y del capital. Quien recibe
un salario superior a la media, aprende a traducir su tiempo
en medidas de carácter económico. La espera en una cola del
supermercado, la conversación aparentemente insustancial en
familia, o incluso el tiempo que gasta en visitar a su médico,
se convierten entonces, psicológicamente, en tiempo perdido,
en islas de improductividad, en impedimento para sus logros.
Cabría, entonces, darle la vuelta al asunto: los seres humanos
no son máquinas, vivir es algo más que existencia productiva.
Y no solamente el movimiento Slow food (comida lenta) señala
que, para las cosas más hermosas de la vida, vale muy bien el
eslogan: menos es más; el tiempo aumenta el disfrute.
Las experiencias con el capital y sus formas de manifestarse
permiten establecer, en este contexto, una analogía con los es-
tados físicos de la materia. En lo que sigue, la voy a desarrollar
siguiendo las categorías: “sólido, líquido, gaseoso”.
El estado líquido del capital es dinero disponible o liquidez.
Ya la misma palabra expresa una analogía con el mundo de lo
fluido. Incluso se puede distinguir aquí lo viscoso (menos li-
quido) de lo fluido (más líquido). El dinero se muestra “fluido”
cuando a alguien “se le escurre entre los dedos”, ya sea porque
no ha aprendido a manejar la liquidez, o porque es propenso a
gastar. Y el capital se muestra “viscoso” debido, por ejemplo,
a las consecuencias personales y económicas de decisiones
erróneas. Esta menor liquidez ocasional vendría a ser, por de-
cirlo así, la “viscosidad” temporal, proveniente de la lógica de
la ambivalencia del dinero y del capital.
Ahora bien, a la forma líquida del capital pertenecen también
la colocación de dinero en los bancos —como, por ejemplo, la
cuenta corriente—, que puede utilizarse en cualquier momento

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