Revelando lo monstruoso: personal y político, político y? - Tránsitos nostálgicos: Habitando las posibilidades de lo trans y su vinculación errática con lo monstruoso - Libros y Revistas - VLEX 934594044

Revelando lo monstruoso: personal y político, político y?

AutorCatherine Bermejo Camacho
Páginas159-263
REVELANDO LO MONSTRUOSO: PERSONAL
Y POLÍTICO, POLÍTICO Y
A manera de preámbulo
Las disidencias sexuales ocuparon un lugar sombrío en la prensa hasta la
primera mitad del siglo XX. Los casos de travestimiento masculino y
femenino no fueron protagónicos, sin embargo, cuando aparecieron fueron
reportados con recelo, como pudimos ver en el caso de Lino, en la Tertulia
Eutropélica de 1792; en el de Rosa Emilia Restrepo, en 1912, y en el de
María Raquel Olarte, en 1959. Los temas que estaban relacionados con la
sexualidad contribuyeron mayormente a reafirmar los estereotipos de
género que habíamos heredado de Occidente, reforzando la función
reproductiva de las relaciones sexuales. Así, el monstruo estuvo encerrado
en el laberinto, guardando silencio sobre él mismo, y aquellos que lo
vigilaron se vieron en la urgencia de reportar sus prácticas como algo
abyecto para reforzar la idea de que este constituía un peligro para la
humanidad. Por otro lado, el monstruo se atrevió (sobre todo a partir de los
años setenta) a dar una explicación acerca de él, “saliendo” de la
peligrosidad en la que lo había instalado el discurso religioso y jurídico,
pero fue encerrado en otro laberinto que explotaba la patologización de sus
prácticas.
Mostré en el capítulo anterior cómo se dieron espacios que profanaron
todas aquellas formas de violencia y cómo la sociedad bogotana que
consumía la revista Vea, en su fascinación secreta por todo lo que ocurría en
aquellas fiestas privadas, permitió que ese tipo de contenidos siguiera
circulando. La prensa contribuyó a reescribir el mito del monstruo entre
dolorosas estrategias y estimulantes tácticas; sin embargo, la mayoría de
las veces lo encerró en el marco del delito, diciendo que era un criminal
sexual” que merecía la castración por su comportamiento aberrado (“La
castración química”, 1974) y en el caso específico del travesti se vio
siempre en la dificultad de describir su especificidad: “Dentro de los
aberrados sexuales existen tipos intermedios que se pueden considerar en
una ‘tierra de nadie’. No se definen ni como mujeres ni como hombres. Son
los transvestistas” (“La castración química”, 1974). Las noticias que
hablaron de personas travestis, asociándolas con el delito, hicieron creer
que los crímenes que aparecían en sus notas se cometían porque dicha
“perversión sexual”1 era la causante, y cuando la crónica roja dio cuenta de
asesinatos usó la palabra travesti (o algunas que le parecían más
interesantes) para hacer énfasis en sus titulares, como es el caso de
Azucena, quien en 1978 mató a un hombre en la ciudad de Bucaramanga, y
el anuncio fue “‘Azucena’ lo mató cuando iba a cenar en un centro de
‘mariposos’” (1978). Con el nombre de Azucena entre comillas se señalaba
que este no era el que la sociedad le había impuesto, sino el que ella había
escogido en su tránsito, asunto que no aportaba nada al hecho noticioso.
Sumado a esto, en los años ochenta, una de las violentas formas en las que
se encerró al monstruo, para que este se convirtiera en un personaje aún
más peligroso, tuvo que ver con la amenaza de “contagio” del VIH como
algo exclusivo de las personas homosexuales, bisexuales y trans. La
estrategia de movilizar esa alarma contribuyó a que la ya consolidada idea
de la heterosexualidad como el camino correcto y verdadero se hiciera más
fuerte con afirmaciones como: “Después del herpes, el ‘cáncer gay’ se
convierte en otro terrible azote de la humanidad” (“Todos en especial los
homosexuales temerosos por el contagio”, 1983) o “El AIDS en Colombia:
Homosexuales, damiselas y drogadictos atacados” (“Homosexuales,
damiselas y drogadictos atacados”, 1984).
Fue común seguir conteniendo en la palabra homosexual a las
sexualidades disidentes, los titulares “En Bogotá están matando a los
homosexuales, ya cayeron ‘Perla’, ‘Sofía’ y ‘Raquel’” (1984) y “‘La
Cecilia’ un homosexual tormento de los taxistas” (1990) así lo demuestran.
Dichos titulares hicieron explícito un tema preocupante que se intensificó
en los años ochenta, posiblemente debido a la despenalización de la
homosexualidad en nuestros códigos penales y a la visibilidad que ganaron
las personas que transgredían el orden, si el “homosexual” o el “travesti” se
habían vinculado a la criminalidad, en consecuencia, los crímenes de odio
se volvían protagónicos:
De un momento a otro los cadáveres de los homosexuales comenzaron a aparecer en
las calles periféricas de la ciudad. Inicialmente se creyó que las primeras dos víctimas
podían formar parte de un misterioso episodio pasional, pero al descubrirse el cuerpo
sin vida de otro indefinido, se pensó en la posibilidad de que ha aparecido una banda
siniestra cuya nefasta misión es la de eliminar a los travestis. O se puede tratar de un
sicópata cuya aversión a estos personajes lo ha llevado a iniciar una cadena de
crímenes idéntica a la de Jack “El destripador”, pero en la versión homosexual. De
todas maneras, las autoridades tienen que enfrentarse a otro enigma policíaco. (“En
Bogotá están matando a los homosexuales, ya cayeron ‘Perla’, ‘Sofía’ y ‘Raquel’”,
1984)
El miedo y la aversión estuvieron siempre en primera plana, pero la
fascinación por el tema también tuvo su momento: 1984 fue el año de
Roberta Close en Colombia. La prensa consignó en sus páginas la historia
de Luiz Roberto Gambine Moreira, el joven brasilero que se había
convertido en la espectacular modelo Roberta Close gracias a un
tratamiento hormonal. De fama mundial por su impresionante belleza
femenina, esta modelo hizo una gira por el país asistiendo a diferentes
eventos de modelaje y fiestas privadas; la prensa comentó que ni las
grandes luminarias de Hollywood generaban tanta algarabía a su llegada a
la capital. La revista Semana la llamó el “mito sexual de los años ochenta”
y aseguró que “un adinerado hombre de negocios de Bogotá le ofreció 10
mil dólares por quedarse dos horas solo con ella en una habitación” (“Vino,
nadie la vio y se fue”, 1984), aunque la misma revista, en otro de sus
artículos, se preguntaba por qué esta modelo generaba tanto ruido cuando ni
siquiera había sido la primera transexual en haber visitado nuestro país:
Pocas veces se habían visto tantos periodistas y fotógrafos en el aeropuerto Eldorado.
Cerca de 200 representantes de la prensa, radio y TV, se empujaban frenéticamente

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