La sociedad industrial - Los fundamentos histórico-ideológicos del Derecho alemán - Libros y Revistas - VLEX 1028452340

La sociedad industrial

Páginas161-188
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LOS FUNDAMENTOS HISTÓRICO-IDEOLÓGICOS DEL DERECHO ALEMÁN
LA SOCIEDAD INDUSTRIAL
El siglo de la p obreza
El siglo XIX fue el siglo de la pobreza y del hambre. Nunca anteriormente
fueron tan altas las rentas inmobiliarias en Alemania. Nunca fue tan grande
la necesidad de terreno. Nunca anteriormente fueron los rendimientos de sue-
lo ta n escasos como a principios de este siglo. El hambre se hallaba tras el
motín de los tejedores. El hambre desempeñó también un importante papel en
la Revolución de 1848. El estruendo que en los inquietos d ías de marzo pene-
traba en los aposentos de la acaudalada burguesía berlinesa y de la nobleza
provenía de aquellos pequeños artesanos empobrecidos, aquellos operarios y
trabajadores de fábrica que hacían manifestaciones a través de la ciudad y
exigían mejores condiciones de vida. El liberalismo y el socialismo empren-
dían casi simultáneamente el ataque contra el antiguo orden. El ha mbre de
pan desempeñaba un papel tan importante como el hambre de libertad. Así, a
la edad de 24 años, en marzo de 1848, escribía Gottlieb Planck a sus padres:
«El factor más importante en esta nueva Revolución es, sin duda alguna, la incorpo-
ración del princip io socialista al programa d el nuevo Gobierno, el primer intento
práctico de resolver, al menos con aproximación, mediante la organización del trabajo
y del crédito, el problema de la eliminación de la pobreza y de la miseria, de cuya
solución depende el futuro de Europa. Por más que esté firmemente convencido de que
esta inmensa tarea no se llevará a cabo sin much os pasos desacertados, sin muchos
sacrificios y esfuerzos, y que puede transcurrir después largo tiempo antes de que se
halle una solución perfectamente satisfactoria, estoy ciertamente convencido, por otra
parte, de que llegará el tiempo en que sea verdad la divisa de la República Francesa:
liberté, égalité, fraternité. Para nosotros, los alemanes, según me temo, se halla este
momento todavía mucho más lejos, pues ni siquiera hemos conseguido aún el fruto de
la primera Revolución francesa, la libertad política, y es, ciertamente, una vana espe-
ranza que sea posible alcanzarlo todo d e pronto y de una vez; la Historia no da saltos
tan grandes, y el único fundamento sobre el que es posible una reforma social es un
pueblo libre en todos los conceptos, unido en sí y, por ello, fuerte.»
Cierto que ello era una interpretación que de su tiempo tenía un hombre
joven, intelectualmente activo. El hombre insignificante que padecía hambre no
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HANS HATTENHAUER
sabía por qué padecía ni cómo se podía remediarla. Posibilitada por el principio
de igualdad y acelerada por la industrialización, tuvo lugar una explosión de-
mográfica de proporciones inauditas. El margen de alimentación se hizo dema-
siado estrecho. El gran número de «probos solteros, vírgenes sin colocación
matrimonial», que en palabras de Wilhelm Busch parecían reproducirse «me-
diante bulbos», se componía en buena parte de aquellas gentes que eran dema-
siado pobres para fundar una familia. Fue el celibato de los pobres el que, al
propio tiempo, hizo llegar el problema de los hijos ilegítimos a aquel dramatis-
mo que conocemos por la Maña Magdalena de Hebbel. El maestro Antón ya no
comprendía el mundo. Estaba desquiciado, más allá del hambre y del paro. El
esfuerzo inerme por mantener dentro de unos límites el crecimiento de la pobla-
ción, no obstante, el principio de igualdad, fue la explicación del rigor despia-
dado con que se procedió contra las madres solteras y los hijos ilegítimos. Las
grandes catástrofes del hambre de mediados de siglo hubiesen resultado aún
peores, ciertamente, sin el consumo de patatas. Sin embargo, fue significativo en
ellas que se produjeran en una sociedad estructurada de modo preferentemente
agrario, y que ni siquiera los campesinos y obreros rurales tenían lo suficiente
para comer. Hacia mediados de siglo ya no iba a lograrse resolver el problema
de la pobreza mediante prohibiciones, mediante distribución de alimentos a los
pobres, predicaciones sobre la humildad, construcción de prisiones, justicia cri-
minal, bailes de beneficencia y reparto de regalos de Navidad. Habían quedado
demasiados pobres. Habían ejercido una presión social cuya primera ola se
había manifestado en la Revolución de mediados de siglo. Se trataba de la
cuestión de si se podría contener la pobreza mediante la revolución o mediante
el Derecho. Heinrich Heine, el clarividente profeta de su tiempo, había hecho
maldecir a los tejedores:
Maldición al Rey, al Rey de los ricos,
A quien no pudo conmover nuestra miseria,
Que nos arrebata hasta el último céntimo
Y nos hace matar como a perros.
¡Nosotros tejemos y tejemos!
El estamen to de los pobres
Ciertamente, en todo tiempo había existido el problema de la pobreza en
Europa. Sin embargo, hasta entonces se había hecho justicia al problema, en
alguna medida, con medidas de asistencia a los pobres. Había sido misión del
Estado atender a los pobres y conceder les la necesaria protección. Sin embar-
go, ahora los pobres habían llegado a ser un nuevo estamento: el estamento de
los trabajadores.
En el campo se había formado, entre otras cosas, a consecuencia de la
fracasada liberación de los campesinos, un proletariado de obreros rurales que se

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