Teoría y características de la novela de crímenes - La anomia en la novela de crímenes en Colombia - Libros y Revistas - VLEX 857239773

Teoría y características de la novela de crímenes

AutorGustavo Forero Quintero
Cargo del AutorDoctor Cum Laude en Literatura Española e Hispanoamericana por la Universidad de Salamanca, por un estudio sobre el símbolo del espejo en la novela histórica de Germán Espinosa, y Magíster en Études Romanes de la Universidad de la Sorbona (París IV)
Páginas321-336
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Tercera parte
TEORÍA Y CARACTERÍSTICAS DE LA NOVELA
DE CRÍMENES
teoría de la novela de crímenes
Con base en lo planteado, se puede afirmar que la novela de crímenes en Co-
lombia se inscribe dentro de la dinámica de la anomia: pone en duda la ins-
titución de la ley y, sobre todo, la relación misma de causa-efecto que existía
entre el delito y la sanción, para el caso, la relación entre los hechos épicos
y la recomposición final de un orden que garantizaba la unidad misma del
modelo épico. El objeto de interés de los escritores es entonces el origen del
crimen, bien sea la sociedad (que lo aviva como un mal atávico) o el individuo
(que lo busca como medio para la satisfacción de sus deseos de poder, dinero
o posición social), pero, en particular, el mayor o menor grado de impunidad
con que cuentan una o varias conductas en medio de un sistema legal que les
sirve de contexto. La violencia en Colombia se explica así como un mal endé-
mico o como fruto de ambiciones particulares que no encuentran talanqueras:
mientras las novelas El capítulo de Ferneli, Leopardo al sol y La Virgen de los
sicarios la atribuyen a una fatalidad, a una venganza fratricida que no se detiene
o a las características mismas de una raza que se considera proclive al crimen,
Memorias de un hombre feliz y Comandante Paraíso la adjudican al deseo ilimi-
tado de poder de algunos hombres, ya sea un poder político o económico. Sin
embargo, en el espacio de la literatura —tradicionalmente considerado como
aquel de la libertad al que hacía alusión Guyau—, lejos de exaltar el orden o,
mejor, “un orden”, lo que buscan estos escritores es describir las formas mis-
mas de violación o transgresión de un posible precepto legal o consuetudinario
derivado de un utópico acuerdo social, así como los métodos de control social
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Gustavo Forero Quintero
que reemplazan entonces a la sanción. El crimen alcanza a definir en efecto el
mundo narrado y esta identificación entre ambos elementos impide la confi-
guración unívoca de una resolución ejemplarizante y normada, como puede
suceder —por oposición— en buena parte de la novela anglosajona. La acción
del personaje y la visión del escritor no responden, o no solamente, a un deseo
infinito que los coloque en un pedestal libertario (como el que propone Duvig-
naud). Los autores colombianos buscan representar el mundo del narcotráfico,
por ejemplo, en una dinámica de previsión, desuetud y constitución de una
nueva normativa nacional, y lo hacen desde la extraña y ambigua posición del
delincuente o, en algunos casos, de las víctimas que se desenvuelven dentro de
relaciones sociales derivadas de él. Desde esta perspectiva, resoluciones épicas
como la evasión de los personajes en la literatura misma (en El capítulo de Fer-
neli) o en un posible mundo mejor (de Leopardo al sol) alternan con imágenes
románticas como la errancia emprendida en la metáfora de una terminal de
autobuses (en La Virgen de los sicarios), la felicidad del relojero por el camino
del atajo (en Memorias de un hombre feliz) o la consolidación misma de una
fuerza paramilitar que conduzca al poder (en Comandante Paraíso). Así, una
extraña segunda naturaleza anómica viene a constituir el ambiente general de
los mundos épicos, donde el delito carece de la excepcionalidad que tenía en el
contexto anglosajón y conforma una opción de vida. Los principios mismos de
la modernidad ilustrada, que privilegiaban el análisis y el suspenso, el ingenio
y el proceso racional que llevaba del hecho a su dilucidación, ceden su lugar a
mecanismos narrativos difusos (performativos, según García Dussán) y, en todo
caso, a discursos fragmentarios que definen esa naturaleza. Así, si en el discurso
racional y lógico, característico de una definición burguesa de la sociedad, el
delito debía explicarse, sancionarse y preverse, y definía en tal sentido el curso
de la narración, este género épico supone, entre otras cosas, la explicación del
crimen por fuera de esa razón instrumental (sobre todo en casos como los de La
Virgen de los sicarios y Comandante Paraíso, en que la solución a los problemas
sociales se da por el camino del exterminio general o la violencia). El escritor
mismo emite por medio de estas resoluciones su imagen del mundo recreado
y ofrece una lectura más o menos desengañada, más o menos pesimista, de la
realidad, que da cuenta de cierta utopía o, por el contrario, de una definitiva
miseria moral.
De este modo, respondiendo a la metáfora inicial de la literatura como re-
flejo, con la que se intentó describir el género, se puede decir que en la novela
de crímenes en Colombia se quiebra el espejo deformante para dar paso a la
consignación misma de la “sustancia perversa” —Unwesen, en la terminolo-
gía de Kracauer—, la inversión de lo normativo que acusaba García Dussán

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