Tiempo de la gloria: proteger la vida, defender el ser - El exterminio de la isla de Papayal. Etnografías sobre el Estado y la construcción de paz en Colombia - Libros y Revistas - VLEX 850197137

Tiempo de la gloria: proteger la vida, defender el ser

AutorJuan Felipe García Arboleda
Páginas187-239
187
Tiempo de la gloria:
proteger la vida, defender el ser
Nehemías1
Si la inundación de 2008 y la sentencia de la Corte Constitucional de
2011 fueron vistas como las voces de lo sagrado que anunciaron el tiempo
divino para que los campesinos volvieran a la tierra, cuando llegué en
el primer semestre de 2015 a vivir en la Isla de Papayal, el nuevo tiempo
lo determinaba el portón de madera que los trabajadores de la empresa
habían ubicado en el camino tradicional que de Buenos Aires conduce
a la Hacienda Las Pavas y que servía de estandarte de la oposición a la
posibilidad de recuperar la vida campesina en la isla.
En esos días, el profesor Eliud Alvear, quien ya había regresado al
pueblo después de que la orden de captura en su contra fuera cancelada,
me decía que los campesinos de la Asociación de Campesinos de Buenos
Aires (Asocab) se encontraban en la misma situación en la que estuvo el
pueblo judío en los tiempos de Nehemías2. Me explicó que Jerusalén había
sido arrasada por Nabucodonosor, cuyos ejércitos destruyeron toda edi-
ficación de los judíos. Nehemías se propuso reconstruir Jerusalén a pesar
de la presencia de sus enemigos, quienes decían: “4-2 ¿Qué hacen estos
débiles judíos? ¿Hanles de permitir? ¿Han de sacrificar? ¿Han de acabar
en un día? ¿Han de resucitar de los montones del polvo las piedras que
fueron quemadas?” (De Reina y De Valera 1952). Para Eliud ese portón
1 Los diálogos y trascripciones “textuales” del capítulo son reconstrucciones narrativas del autor
basadas en grabaciones y notas de campo. Véase en la introducción la nota 12 a pie de página.
2 Conversación con Eliud Alvear Cumplido, 28 de febrero de 2015.
188 EL EXTERMINIO DE LA ISLA DE PAPAYAL
era un poderoso símbolo de los enemigos del retorno, de los enemigos de
la reconstrucción, y solo una fuerza como la que Nehemías le había dado
al pueblo judío podía combatir el temor y la desesperanza que reinaba
entre los campesinos. Eliud me decía que era necesario transmitir a los
campesinos de Asocab las palabras que Nehemías le dirigió a su pueblo:
“2-20 Él, Dios de los cielos, Él nos prosperará, y nosotros sus siervos nos
levantaremos y edificaremos”. Eliud veía necesario que los socios volvie-
ran a depositar todo el poder de la fe en Dios. Así podrían recibir de él
toda su protección, emprender el retorno defintivo a la tierra despojada
y defender la vida de la isla.
El domingo primero de marzo de 2015, Asocab realizó una asamblea.
Asistieron veinte socios. El profesor Eliud tomó la palabra y comenzó a
dirigirse a los cinco socios que lograron permanecer en Las Pavas, a pesar
de los hostigamientos de la empresa palmera durante los últimos años.
Nombró a cada una de estas cinco familias y luego afirmó: “¿Por qué han
permanecido estas familias? Por su paciencia, pero, sobre todo, por su fe”.
Me fijé en el semblante de los socios a los que se refería el profesor Eliud
y percibí que les despertó cierto halo de orgullo. De alguna manera, las
palabras del profesor honraban su estoica labranza. El profesor cambió
el rumbo de su mirada. Esta vez intentó buscar los rostros de los demás
socios. Los rostros de todos aquellos que por diferentes motivos habían
dejado de persistir en el retorno. Entonces le compartió a la asamblea
de Asocab lo que el día anterior me había compartido personalmente: la
historia de Nabucodonosor y Nehemías. Mirándolos fijamente, les dijo:
“¿Por qué en vez de pensar en nuestros miedos, no nos ponemos a pensar
en retornar otra vez? ¿No es este mes de marzo propicio para retornar,
preparar la tierra y esperar las aguas de abril? ¿Por qué no aprendemos de
Nehemías que reconstruyó sobre las ruinas que había dejado Nabucodo-
nosor? ¿Por qué no aprendemos de Nehemías que, frente a la destrucción,
respondió levantando de nuevo las casas en frente de quienes los habían
humillado? ¿Por qué no aprendemos de Nehemías, que siempre confió
en que Dios lo acompañaba en la reparación de su pueblo?”.
Las palabras del profesor conmovieron a todos los socios presentes en
la asamblea. Otro campesino –que había retornado en el 2011 y lo había
perdido todo por los ataques de los trabajadores de seguridad de la empresa
palmera– se animó a responder. Ponía de presente sus miedos, compartía
con todos sus hondos dilemas: “Yo no tengo ni un peso para retornar. No
tengo dinero siquiera para sostener aquí en el pueblo a mi familia. Por lo
menos, estando aquí en el pueblo, mis hijos pueden ir a la escuela, y en la
escuela les dan algo de comida. Eso me alivia a mí en algo. Todos sabemos
que los que están en estos momentos en Las Pavas no pueden venir a la
escuela por el tema del portón. O si vienen, es por el otro camino, por
189
TIEMPO DE LA GLORIA
el de Toronto, en donde se exponen a que se cumplan las amenazas de
violación que han lanzado esos hombres de la empresa contra nuestras
niñas. ¡No!... Es que yo no puedo dejar a mis hijos sin educación”.
Ante el peso de las razones del campesino, recordé la visión de tantos
padres de familia en Colombia –entre ellos, los míos–, quienes, como si se
tratase de una máxima incontrovertible, repiten: “Primero la educación,
mijo”. Quizás por ello me causó tanta impresión la respuesta que formuló
una de las mujeres, mujer que, en medio de las adversidades, ha podido
defender su posición en el territorio desde el retorno de 2011. Con voz
entrecortada, pero sin perder nunca la fuerza de lo que tenía por decir,
manifestó: “¿Y para qué esa educación que tú tanto defiendes?, ¿tú no
ves que aquí en Colombia esa educación hace que nuestros niños olviden
el ser campesinos y se marchen del campo para tener trabajos malucos
en las grandes ciudades? Todo este sacrificio que realizamos nosotros en
la parcela es para dejarles algo a nuestros hijos, por eso, aunque en la
casa haya tanta dificultad para que los niños sigan estudiando, nosotros
decimos ‘¡primero la tierra!’”.
Este dilema moral planteado en la asamblea se trasladó a las calles
del pueblo durante las siguientes semanas. A muchos socios se les escu-
chaba animados para lanzarse a un nuevo intento de retorno. Yo percibía
una reactivación de las fuerzas vecinales, que en tiempos de siembra
son vitales para los campesinos. Quizás al escuchar el rumor de retorno
que corría por las calles del pueblo y al percibir el resurgimiento de esas
fuerzas, la empresa palmera reaccionó con su propia estrategia. El lunes
9 de marzo llegaron dos botes por el río transportando cincuenta campe-
sinos. Procedían de El Varal, un pueblo asentado en la orilla occidental
del brazuelo de Papayal. Arribaron a un sector de la hacienda Las Pavas
denominado La Quinta. Manifestaron que habían sido contratados por
la empresa palmera para preparar el terreno para sembrar palma. Uno de
los campesinos de El Varal me dijo que les estaban pagando $60 000 el
jornal, tres veces por encima de lo que se acostumbra pagar en la zona.
Ese lunes vi al profesor Eliud muy preocupado. Me senté a hablar con
él. “Están poniendo a chocar campesinos con campesinos –me dijo–. Y
ahora su gran arma es el dinero. Ya ni siquiera los campesinos que no
están con Asocab quieren trabajar para ellos, por eso les toca traer el
personal de El Varal tripicándoles la paga. Pelear contra el dinero es una
cosa muy difícil. Y desmotiva mucho a los socios de Asocab. Los socios
piensan ‘si yo me animo a retornar, no puedo llevar ni un peso a la casa
para comprar comida, y para colmo de males, lo que yo haga en un
día sin recibir dinero, otro, por dinero, me lo va a malograr. A nosotros
nadie nos paga por construir, y a ellos les pagan por destruir’. ¡Así va a
ser muy difícil retornar!”.

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR