Desarrollo y vida - El territorio como poder y potencia. Relatos del piedemonte araucano - Libros y Revistas - VLEX 850926304

Desarrollo y vida

AutorJuan Eduardo Moncayo Santacruz
Páginas119-140
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Desarrollo y vida
Como mostró Escobar, el modelo del desarrollo “desde sus inicios con-
tenía una propuesta históricamente inusitada desde un punto de vista
antropológico: la transformación total de las culturas y formaciones
sociales de tres continentes de acuerdo con los dictados del llamado
Primer Mundo” (1996, p. 13). Esta constatación recomienda aproximar-
se al modelo desde la matriz de poder modernidad/colonialidad, pues
esta permite observarlo, por un lado, como heredero de la invención
de América y la Ilustración y, por otro, como agenciador de la máqui-
na biopolítica que empieza a consolidarse después de la Guerra Fría, a
medida que “el mercado mundial establece una verdadera política de
la diferencia” (Hardt y Negri, 2005, p. 171). En el primer caso, su ilustre
genealogía acusa la permanente clausura de los sistemas abiertos y el
control sobre todos los dominios de la experiencia humana, no como
hechos fortuitos, sino como signos perfectamente descifrables en el
tiempo; en el segundo, las fronteras de la propiedad y las existencias
inauténticas autogestionadas que se vigorizan en los Estados nación
configuran las condiciones espaciales y temporales de la base material,
la misma que requiere la nueva cultura corporativa para gestionar en red
la “diversidad y el multiculturalismo dentro de las grandes empresas”
transnacionales (p. 173). Se diría entonces que el desarrollo articula el
pasado, el presente y el porvenir de modelos dominantes que, luego de
estar anclados en la modernidad, hoy se desterritorializan permanen-
temente. Es en este horizonte posmoderno —con claros paralelismos
entre sus preceptos y las prácticas de mercado contemporáneas— donde
opera la lógica del capital global (p. 171).
Esta suerte de bisagra en la que se constituye el desarrollo —que
permite abrir permanentemente la puerta entre modernidad y posmo-
dernidad en la alianza entre Estados nación y capital transnacional—
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El territorio como poder y potencia
lleva a pensar el posmodernismo como “una categoría elusiva para
nosotros [puesto] que no nos hemos modernizado suficientemente”
(Fals Borda, 1996, p. 12) y hace olvidar que puede verse también como
una lógica de poder que se aplica al margen de los diversos niveles de
desarrollo. Vale decir, de la peregrina idea de tener que modernizarse
primero, para luego posmodernizarse, así sea discutible que “nos mo-
dernicemos ahora a la europea” (p. 12).
Profundizando en la noción de desarrollo —bisagra de la matriz de po-
der que se configura hoy en la triada modernidad/colonialidad/posmoder-
nidad—, su lógica de progreso se instala desde la segunda posguerra (1949)
y persiste en la actualidad después de la caída del muro de Berlín (1989) y
la disolución de la Unión Soviética (1991). Ella tiene como precedente
las ideas de riqueza, entendida como la mayor o menor cantidad de
tierras requeridas por el mercantilismo para garantizar la acumulación
de oro y plata al Estado soberano y como la menor o mayor cantidad de
mercancías que el desarrollo diversificado de la industria hizo posible
en los Estados nación. Sin duda, la intención de Harry Truman (1949)
—según la cual “[hay que poner al servicio] de los amantes de la paz
los beneficios de nuestro acervo de conocimientos para ayudarlos a
lograr sus aspiraciones de una vida mejor” (en Escobar, 1996, p. 19)—
marca, según Escobar (1996), los inicios del discurso del desarrollo.
Bien puede reconocerse acá el peso de la tradición cristiana, que ya
había instalado en los cerebros la idea de raza y erigido como “natural-
mente superiores” a los blancos europeos. Solo que ahora, apelando a
la caridad que le es inherente, pretendía salvar de la miseria a más de
la mitad de la población del mundo con programas de desarrollo que
debían ser consecuencia de “una aplicación vigorosa del conocimiento
técnico y moderno” (Escobar, 1996, p. 19) tanto en el sector privado
como en las formas liberales de organizar la autoridad, sus recursos y
sus productos (Quijano, 2000c). Según esta aproximación, los antece-
dentes epistemológicos del discurso del desarrollo pueden encontrarse
en la teología y en la egología (Mignolo, 2005). En el caso de América
Latina, ellos se constituyeron en la justificación ideológica que per-
mitió ejercer el control del sexo, el trabajo y la autoridad, bien bajo el
colonialismo de España y Portugal, bien bajo el dominio comercial y
cultural de Inglaterra y Francia.

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