2002-2017: Genealogías del ser enemigo - La cuestión del ser enemigo. El contexto insoluble de la justicia transicional en Colombia - Libros y Revistas - VLEX 935899583

2002-2017: Genealogías del ser enemigo

AutorAdolfo Chaparro Amaya
Páginas18-56
2002-2017: GENEALOGÍAS
DEL SER ENEMIGO1
Hay una versión novelesca del mundo que no puede prescindir de los
enemigos, los antihéroes, los malditos. Para comprobarlo hoy basta analizar una
película de acción y desmontar, sin mucho esfuerzo, el maniqueísmo dramático
que sostiene la industria del entretenimiento. Quizás resulte más interesante
hacer un ejercicio autobiográfico para descubrir los enemigos en nuestra propia
película cotidiana. Así mismo podemos hacerlo en el plano cultural, inscrito en
lo que se llama el tejido social, o en el campo propiamente político. Hay, pues,
muchas clases de enemigo. En todas las épocas, religiones, gobiernos y culturas.
La oposición: femenino/masculino, atraviesa estas variables manteniendo la
ambigüedad sobre si hombres y mujeres somos amigos o enemigos entre sí. Por
lo demás, siempre es posible encontrar perspectivas filosóficas que hagan de
una simple experiencia un verdadero universal. Aunque sea por la vía negativa.
Como sugiere Jacques Derrida, cuando encontramos a alguien que “está loco
de sí, loco del yo”, es probable que en su locura vea “al enemigo como el no-
yo” y que termine convirtiendo al mundo entero en su enemigo (Derrida, 1998,
p. 185).
En este libro, y debido a nuestro propósito: aclarar el (pos)-conflicto
armado en Colombia, prefiero restringir el objeto de la cuestión siguiendo la
pista trazada por el propio Derrida en su lectura de Carl Schmitt, en parte por
su pertinencia en nuestro caso, en parte por la astucia deconstructiva con que
Derrida ha escogido al propio Schmitt como su enemigo teórico sin
satanizarlo a priori y sin ignorar su valor teórico y analítico. Aunque el “caso
judío” ya merecía un enfoque radicalmente distinto2, hasta la Segunda Guerra
Mundial era común conceptualizar el enemigo como un enemigo objetivo del
Estado, preferiblemente como perteneciente a otro estado que fuera o pudiera
ser objeto de una confrontación armada. De esa manera, la enemistad se
objetiva en la definición ontológica del enemigo dentro de la posibilidad y/o
las circunstancias de una determinada guerra interestatal que pone en peligro la
existencia de la comunidad política. En ese sentido lato, y en cierto modo
definitivo, Carl Schmitt (2001b, p. 179) define el enemigo como “el conjunto
de hombres que combate, al menos virtualmente, o sea sobre una posibilidad
real, y que se opone a otro agrupamiento humano del mismo género”.3 Hay,
sin embargo, una condición previa que no todas las agrupaciones sociales
cumplen a la hora de entrar en guerra con cualquiera otra. Schmitt le adjudica
al Estado, en cuanto “unidad sustancialmente política” y en su condición
(bio)política determinante, la atribución “inmensa” de declarar la guerra y, en
consecuencia, de disponer abiertamente de la vida de las personas. Lo cual
significa, básicamente, requerir del pueblo “la disponibilidad a morir y matar”.
Todo ello, a condición de concebir el Estado normal —en el cual las normas
legales pueden ser aplicadas4como aquel que es capaz de asegurar en el
interior de su territorio “la tranquilidad, la seguridad y el orden” suficientes y
necesarios para garantizar la armonía de la comunidad política (Schmitt, 2001b,
p. 193).
La presentación de Schmitt resulta tan rotunda como incierta. A mi juicio,
el problema de la objetividad y la restricción analítica del concepto de enemigo
es que deja por fuera situaciones conflictivas que se dan al interior de las
diferentes sociedades y que intensifican políticamente la figura del enemigo, en
especial después de los años cincuenta del siglo XX.5 Desde luego, el enemigo
se hace explícito en el contexto de la guerra, pero su importancia es cada vez
mayor en el ámbito de la lucha social y la disputa política. Consciente de esas
transformaciones, y utilizando como argumento el efecto que las revoluciones
Rusa y China han tenido en la concepción de lo político, el propio Schmitt
abre el concepto de enemigo a la figura del partisano. Sea como producto de
luchas comunistas, nacionalistas y/o anticoloniales, el partisano establece un
polo no reglado de la guerra que se caracteriza por la movilidad y la sorpresa
del accionar de sus tropas (distinto al enfrentamiento de dos cuerpos
armados), por el recurso a la ilegalidad (con una justificación política) y por la
forma en que involucra a la población civil en el conflicto.6
Sobre esa secuencia acotada por el propio Schmitt en El concepto de lo político,
este apartado introductorio se propone, (i) seguir la deconstrucción que hiciera
Jacques Derrida del concepto de lo político de Schmitt, en lo que atañe a la-
distinción entre guerra interestatal y guerra civil; (ii) establecer una primera
genealogía de la figura del enemigo que atienda a los criterios religiosos e
imperiales de la Conquista; (iii) trazar las grandes líneas de una segunda
genealogía, más cercana a la Teoría del partisano y al problema de la
despolitización (Schmitt), que cuenta del contexto histórico del conflicto
armado interno en Colombia.
LA DECONSTRUCCIÓN DEL FUNDAMENTO
En El concepto de lo político, Schmitt define ontológicamente el enemigo como “el
otro, el extranjero (der Fremde)”, al que se puede dar muerte dentro de una
confrontación que ponga en peligro la existencia y/o la seguridad el Estado
(2001b, p. 177). Con esa precisión referencial logra reducir el concepto a su
“significado concreto existencial”, y evita cualquier remisión simbólica o
puramente metafórica. La siguiente precisión es acerca del alcance del concepto
en un ámbito teórico de lo político y no de lo económico, lo moral o lo
psicológico. La prescripción clave en este caso es evitar la interpretación del
concepto en un “sentido individualista” o como la expresión “de sentimientos y
tendencias privadas” de odio y antipatía (Schmitt, 2001b, p. 178). El argumento
es que “no es necesario odiar al enemigo en sentido político, y solo en la esfera
privada tiene sentido amar al enemigo, o sea al adversario” (2001b, p. 180). En
ese sentido —y dado que la lengua alemana, igual que muchas otras, no
distingue entre enemigo privado y político, lo cual a su juicio provoca un
sinnúmero de “equívocos y aberraciones”— enemigo será definido como el
hostis, esto es, como el enemigo público y no como el adversario (adversarius) o
rival (rivalis), ni como el inimicus entendido como el enemigo personal en sentido
amplio (2001b, pp. 104 y 179). En el intento de acotar el campo de lo político,
Schmitt descarta los ámbitos de la economía y la controversia intelectual, en
cuanto que enemigo no es el competidor ni el simple contradictor. Al final, en
lugar de sumar características derivadas de las posibles relaciones, Schmitt
define la enemistad política por las cualidades de intensidad y límite, en cuanto
“el antagonismo político es el más intenso y extremo de todos y cualquier otra
contraposición concreta es tanto más política cuanto más se aproxima al punto
extremo, el del agrupamiento con base en los conceptos de amigo-enemigo”
(2001b, p. 180).
Si bien la primera definición de enemigo se da en términos de política
interestatal, la unidad política del Estado exige también la capacidad del

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