2015: El axioma de la renta de la tierra en la retrospectiva de la contrarreforma agraria - La cuestión del ser enemigo. El contexto insoluble de la justicia transicional en Colombia - Libros y Revistas - VLEX 935899587

2015: El axioma de la renta de la tierra en la retrospectiva de la contrarreforma agraria

AutorAdolfo Chaparro Amaya
Páginas168-203
2015: EL AXIOMA DE LA RENTA DE
LA TIERRA EN LA RETROSPECTIVA
DE LA CONTRARREFORMA AGRARIA1
La idea de este capítulo es examinar la relación entre renta de la tierra y ciertas
formas de violencia en Colombia, con la sospecha de que allí se incuba un
elemento anómalo que altera el isomorfismo de la relación trabajo/capital
difundida desde el centro del sistema mundo hacia los países de la periferia. En
la mayoría de nuestros países el orden patrimonialista “no es solo la existencia
del monopolio sobre la tierra sino el hecho de que esa relación de producción o
régimen de propiedad se acompaña de una fuerte articulación con las
estructuras sociales, el poder social y el poder político” (Tapia, 2015, p. 45). En
esa lógica, la concentración de la propiedad termina por disponer de las
instituciones estatales y legislativas para acentuar las relaciones de desigualdad
entre los que poseen la tierra y los que no la tienen, como si en el desarrollo
agrario el trabajo estuviese disociado fatalmente de la propiedad de los medios
de producción.
Si la premisa del capital es transformar la naturaleza en mercancía a través
del trabajo, no es muy claro por qué la resistencia de los grandes propietarios a
entrar en la producción, pero tampoco se entiende por qué la idea de
democratizar la propiedad con fines productivos encuentra una resistencia
feraz de parte de esos mismos propietarios y de las élites políticas que los
representan. Una consigna que termina siendo la expresión de las luchas
campesinas: “La tierra para el que la trabaja”, debería ser el punto de consenso
y confluencia de los planes de desarrollo de cualquier gobierno que quiera
conectarse con el mercado mundial y que quiera fortalecer el mercado interno
ampliando la capacidad adquisitiva de los campesinos en general. Por el
contrario, la idea de modernizar la propiedad rural, de una parte, ampliando la
base de propietarios productivos de la tierra y, de otra, asignando al trabajo
agrícola un salario justo en dinero —que no se pueda reemplazar con
prebendas, especies u otras formas serviles de dependencia heredadas de la
colonia— ha terminado por generar un conflicto impredecible que ha definido
desde hace setenta años lo que los historiadores llamaron la Violencia y que
hoy se conoce como conflicto interno en Colombia.
Sin avanzar en análisis específicos, podemos adelantar la hipótesis según la
cual el concepto de renta de la tierra se perfila como el agujero negro en la
caracterización del capitalismo periférico, especialmente cuando se pone en
evidencia su relación problemática con los conceptos de territorio, capital,
violencia y comunidad. Para seguir esa hipótesis, en la primera parte, se
establece una genealogía del problema a partir de la Conquista, con la
intención de cruzar y diferenciar al mismo tiempo las interpretaciones
conocidas sobre el “modo de producción” colonial en función de una
explicación basada en el éxito de la hacienda como forma económica durante
el siglo XIX. En la segunda, se examinan las razones por las cuales la hacienda
es cuestionada en el XX en la búsqueda de un modelo para el axioma de la
renta de la tierra que pudiera, al mismo tiempo, mantener las exportaciones,
fortalecer el mercado interno y democratizar la propiedad. La idea es revisar
los argumentos que en Colombia hicieron parecer inviable una reforma
agraria, a diferencia de Perú, Bolivia o México. En la tercera, se analiza cómo el
narcotráfico y el paramilitarismo han logrado consolidar lo que algunos
autores llaman contrarreforma agraria, entendida como una alternativa a la
irrealización de la reforma agraria en Colombia. Esa opción tiende a resolver el
problema de la renta de la tierra dentro de los axiomas del capitalismo, pero
con las consecuencias ya conocidas de agudización de la violencia social y
concentración extrema de la propiedad de la tierra. Así, lo que parecía una
discusión técnica se convierte en una pregunta por la relación consustancial de
violencia y modernidad que, si bien es ajena a la definición misma de lo
moderno, caracteriza la historia de Colombia desde la Conquista.
BREVE HISTORIA DEL PROBLEMA
Desde la época prehispánica la tierra en Latinoamérica ha estado ligada a
creencias, formas de propiedad y modos de vida que impiden su consideración
como un bien intercambiable bajo las formas típicas del mercado. En muchos
territorios, el goce de la tierra supone una dinámica ajena a las formas
modernas de producción, los tiempos naturales moldean la vida de los
individuos, y la exploración del territorio se equilibra con la repetición del
hábitat, de las costumbres, de las relaciones comunitarias. A partir de la gran
ex/a/propiación del territorio americano que significó la Conquista, no solo se
multiplican las formas de violencia física, jurídica y nominal para lograrlo, sino
que, a continuación, la tierra pasa a ser mediada por las formas de propiedad
virreinal, impuestas como formas de control garantizadas por el dominio
militar y por el miedo alimentado por la memoria del etnocidio. El daño en
términos de pérdida de bienes y destrucción de comunidades es simplemente
consecuencia de la “guerra justa”, de modo que a la impotencia frente al hecho
se añade la vergüenza de los sobrevivientes, incapaces de restablecer su
dignidad y su modo de vida. Por su parte, la Corona “superó” la desgracia del
etnocidio con la creación del Derecho de Indias y con la imposición de
principios feudales de organización de la propiedad territorial. En adelante, el
rey será el soberano por excelencia y también “el supremo terrateniente” con
derecho a la posesión mediata o inmediata de toda la tierra conquistada
(Neville, 1970, p. 28-29). Ese es el zócalo de (i)legitimidad sobre el que se funda
el edificio institucional de la Colonia, con todo lo que ello significa en la
gigantesca sobrecodificación del trabajo, del territorio y de las formas
monetarias a través del tributo, las obras públicas y las diversas formas de
dominio militar. Hay antecedentes teóricos de esa relación entre violencia y
renta de la tierra, pero en general la violencia desaparece de los análisis para
dejar que la renta despliegue toda su potencia explicativa como principio de
generación de la riqueza sin analizar los efectos tanatopolíticos que modulan la
vida de las poblaciones americanas a partir de la Conquista.2
[Resulta imposible aclarar cada uno de los términos que utilizo para el
análisis en un texto que está destinado a comprender una situación histórica y
política particular. Sin embargo, valdría la pena detenerse en la secuencia
semántica de lo biopolítico que se sugiere en este párrafo. En principio, es
Foucault el que crea la noción de biopolítica para resaltar el hecho de que la
relación de fuerzas sobre la cual se basa su noción de lo político afecta
primordialmente a los cuerpos, y solo en segunda instancia a la voluntad.
Normalmente Foucault utiliza el término para criticar las relaciones de poder,
pero puede haber también un tipo de biopolítica afirmativa (Esposito). A
partir de esa noción inicial, Foucault deriva otras dos: (i) la anatomopolítica,
destinada a garantizar la formación de sujetos disciplinados y a propender por

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