Aparecer desaparecidos en el norte de México: las identidades de la búsqueda - Desapariciones. Usos locales, circulaciones globales - Libros y Revistas - VLEX 857319821

Aparecer desaparecidos en el norte de México: las identidades de la búsqueda

AutorIgnacio Irazuzta
Cargo del AutorTecnológico de Monterrey, campus Monterrey, México
Páginas141-161
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APARECER DESAPARECIDOS
EN EL NORTE DE MÉXICO:
LAS IDENTIDADES DE LA BÚSQUEDA
Ignacio Irazuzta1
El desaparecido es una figura potente. Es figura, sociológica y
metodológicamente, porque concentra y a la vez cristaliza pro-
piedades del orden social; produce y representa identidades;
resignifica acontecimientos; tuerce y reencauza la vida social e
individual de quienes son tocados por la presencia de su au-
sencia. Articula pasado, presente y futuro. Es un hecho social,
total, puesto que abarca y pone en conexión varias dimensiones
de la existencia social: económica, individual, jurídica, religiosa,
psicológica.
Y por todo ello es también potente, porque a pesar del vacío
que evoca la figura, de “ese nombre aislado de su historia”, de
esa imposibilidad de identidad (Calveiro, 2001; Gatti, 2014),
de la negación burocrática de la existencia individual, de ser
un “no acontecimiento” (González Villarreal, 2012: 31), o la
1 Tecnológico de Monterrey, campus Monterrey, México.
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Ignacio Irazuzta
nuda vida absoluta (Agamben, 1998), del incumplimiento del
mandato del enterramiento de los muertos que hace al vínculo
de los individuos con su comunidad (Schindel, 2012), de ser un
tipo de “nini” radical, “ni vivo, ni muerto” (Mastrogiovanni,
2014) a pesar de esos y otros muchos pesares, su ausencia es
una presencia espectral, socialmente densa, excepcional en el
curso de cualquier sociedad, activa. El desaparecido produce
agencia en quienes lo buscan. Una agencia que se estructura en
la quiebra, en la catástrofe individual y social, en una pérdida
fundamental del sentido de la existencia y que activa a los alle-
gados que buscan a la persona desaparecida en la gestión de
nuevas formas asociativas. La subjetividad quebrada de estos
individuos los coloca en el espacio público (Jelin, 2011) de una
manera singular: los provee de una legitimidad avasalladora,
porque su reclamo toca las fibras esenciales del pacto social que
constituye a la comunidad y al individuo-ciudadano; es activa,
pues genera activismos; impulsa moralmente a la ciencia, a la
antropología, a la genética, abocadas también a la búsqueda
desde sus lugares racionales… También a las ciencias sociales,
que responden con apremio a la urgencia de una emergencia
fundamental (Ferrándiz, 2013).
Y este trabajo es también el resultado, parcial, de una emer-
gencia de este tipo en México. La que asalta la realidad de este
país con un fenómeno que no es nuevo, pero sí renovado en la
medida en que conecta las desapariciones de hoy con las del
pasado, las de finales de los años sesenta. Las conecta trans-
nacionalmente a partir de un campo jurídico ampliado (el de
los derechos humanos) y poniendo en circulación activismos
y saberes dedicados a la búsqueda. Pero hay un sentido de la
emergencia relacionado con la urgencia, y que tiene consecuen-
cias metodológicas para la ciencia social. Supone afrontar las
dificultades del trabajo en “los márgenes del Estado” (Das y
Poole, 2004), con las escasas garantías de certidumbre de los
conocimientos que desde allí podemos llegar a producir. Implica
también hacerlo en un “marco de guerra” (Butler, 2009), con
un llamado ético que carga con el peso de “lo humano” y el

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